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Europa debe recuperar la prudencia para no desencadenar otra guerra mundial

Montreal, Canadá. Por Yakov Rabkin (*), revista “Rusia en la política mundial”.

Europa debe recuperar la prudencia para no desencadenar otra guerra mundial Montreal, Canadá. Por Yakov Rabkin (*), revista "Rusia en la política mundial".

Hace unas semanas, parafraseé las palabras de Marx escritas hace casi dos siglos: “Un fantasma recorre Europa: el fantasma de la irrelevancia”. Los últimos acontecimientos sugieren que el fantasma se está convirtiendo en realidad.

La Unión Europea (UE) y el Reino Unido están redoblando sus esfuerzos, apoyando incondicionalmente al gobierno ucraniano y empujándolo a continuar la guerra. Al mismo tiempo, la crisis ucraniana ya no está en el centro del diálogo entre Estados Unidos y Rusia. Es sólo una de las muchas cuestiones –quizá ni siquiera la más importante– en el creciente intercambio estratégico entre Moscú y Washington. Pero Europa no está en este proceso.

Naturalmente, esto ofende a los europeos. Muchos atribuyen la exclusión de la Unión Europea del proceso de paz a la radical reorientación política que están llevando a cabo el presidente Trump y su elenco de colaboradores. J.D. Vance, el vicepresidente de EEUU, al criticar en la Conferencia de Seguridad de Múnich el estrangulamiento de la democracia y la dominación de los valores liberales, agudizó sin duda el conflicto entre los círculos globalistas dirigentes de la UE y la nueva administración nacionalista estadounidense. Apoyó abiertamente a los nacionalistas europeos y condenó su ostracismo por parte del establishment, con especial referencia a Alemania y Rumanía.

Sin embargo, esta actitud estadounidense hacia la Unión Europea no es nueva; de hecho, podemos hablar incluso de cierta continuidad. Victoria Nuland, alta funcionaria de la administración Obama (y luego de Biden), articuló sucintamente este enfoque ya en 2014. En una conversación telefónica con el embajador estadounidense en Kiev, desestimó así las preocupaciones europeas que él mencionó: “Me importa un bledo la UE”. Los comentarios de Trump son quizá más diplomáticos.

Esta continuidad refleja la dependencia crónica de Europa respecto a Estados Unidos. La crisis de Ucrania fue provocada por los sucesos del Maidán con la participación activa de la misma señora Nuland, que admitió que Estados Unidos gastó 5.000 millones de dólares para reorientar a la clase dirigente ucraniana desde Rusia y la neutralidad política hacia la OTAN y la comunidad euroatlántica. Los políticos y los medios de comunicación europeos siguieron la corriente de Estados Unidos, demonizando a Rusia y a su presidente.

Los rusos han sido excluidos de la mayoría de los acontecimientos deportivos internacionales, festivales de cine y conferencias científicas. En las últimas décadas, apenas ha habido cobertura positiva de Rusia en los principales medios de comunicación. A ambos lados del Atlántico se ha fomentado la “rusofrenia” (mezcla de rusos y esquizofrenia), la opinión de que Rusia está a punto de derrumbarse y, al mismo tiempo, que conquistará el mundo. Esta actitud irracional hacia Rusia se ha instalado en la opinión pública occidental, incluso en Francia, que tradicionalmente ha mantenido con ella estrechos lazos culturales, económicos y políticos.

La política exterior de la UE y Gran Bretaña se reduce cada vez más a condenas públicas y ruido de fusiles. Un ejemplo paradigmático es la estonia Kaja Kallas, quien como jefa de la diplomacia de la UE rechaza la idea de un acercamiento diplomático a Rusia.

El presidente francés Emmanuel Macron, en un reciente discurso a la nación, propuso ampliar el escudo nuclear a otros países europeos, lo que fue recibido con gratitud por Polonia y los países bálticos. Y hace poco regaló a sus compatriotas una “guía de supervivencia”, en la que les instruía sobre qué abastecerse en caso de guerra.

Ursula von der Leyen ha decidido rearmar Europa, proponiendo recaudar 800 mil millones de euros para este fin, y revitalizar la estancada economía europea mediante el keynesianismo militar.

En vísperas de su disolución y de la toma de posesión de los nuevos diputados, el congreso de Alemania, el Bundestag, aprobó una enmienda constitucional que elimina las restricciones a los préstamos con fines militares. Es probable que el nuevo parlamento alemán se niegue a aprobar la enmienda porque promete beneficios a Rheinmetall, el mayor fabricante de armas de Alemania, pero ignora la voluntad de los votantes.

Las señales de alarma sobre la necesidad de austeridad y recortes del gasto social no sólo suenan en Alemania, sino en toda Europa. El primer ministro británico Keir Starmer, uno de los más firmes partidarios del partido de la guerra en Europa, ha anunciado una revisión del sistema de seguridad social y recortes en las prestaciones a los discapacitados, que dejarán a muchos en la pobreza. Todo esto no presagia nada bueno para los círculos liberales gobernantes, ya que los europeos están cada vez más descontentos con las manipulaciones políticas que dejan sin sentido sus opciones democráticas y marginan sus intereses.

La aparente preparación de Europa para la guerra se basa en la creencia de que Rusia pretende conquistar primero toda Ucrania y después todo el continente. Cualquier mención de que las autoridades rusas nunca han expresado tales intenciones se tacha de “desinformación del Kremlin”.

Esta creencia alimenta una antigua fobia europea: la percepción de Rusia como un formidable intruso. Esta ideología adoptó su forma más agresiva y genocida en 1941-1945, cuando tropas de más de una docena de países europeos, bajo los auspicios de Alemania, desencadenaron una guerra de exterminio contra la URSS.

Pero ahora, rehabilitar y honrar a los colaboradores nazis en esa guerra se convirtió en la norma en Europa del Este, incluida Ucrania, y en otros lugares gracias a la creciente influencia de los representantes de esa región en Bruselas.

En lugar de una evaluación realista del cambiante contexto internacional, la política de la UE se basa en encendidas declaraciones llenas de superioridad moral, sin compromiso alguno. También se está debatiendo la idea de enviar soldados europeos a Ucrania, aunque muchos consideran que la idea ha nacido muerta, no sólo por las objeciones de Rusia, sino también porque Europa no tiene ni la voluntad ni los recursos para enfrentarse a Rusia. Todas las conversaciones sobre una “coalición de voluntarios” –un término inquietante que recuerda el fracaso de la intervención occidental en Irak– se basan en el apoyo de Estados Unidos, que el propio Washington se ha negado a proporcionar.

Europa parece decidida a hacer descarrilar el actual proceso de solución en Ucrania, alentando la intransigencia de Kiev al obligarle a hacer demandas imposibles que ignoran las realidades militares y políticas. Calificando el enfoque europeo de “maliciosamente estúpido”,

Anatol Lieven, periodista y analista político británico, profesor invitado en el King’s College (Colegio del Rey) de Londres y miembro principal del Quincy Institute for Responsible Statecraft (Instituto Quincy para un Estado Responsable), considera que los preparativos militares de los europeos son un “espectáculo de disfraces” en el que Macron actúa como Napoleón y Starmer como Winston Churchill. Curiosamente, Zelensky, al responder en inglés en el Despacho Oval a finales de febrero cuando le preguntaron por su vestuario, utilizó la palabra “costume” (en lugar de “suit”), que significa “traje” en su ruso natal.

Trump ha cambiado radicalmente la política exterior de su país, haciendo caso omiso del sentimiento antirruso imperante en Estados Unidos, alimentado durante años tanto por los medios de comunicación al servicio del sistema como por el propio Estado. Los políticos europeos están endureciendo su condena a Rusia, pero “prudentemente” –para evitar problemas– se abstienen de este tipo de retórica contra EEUU. Siguen alimentando las esperanzas de Zelensky de ingresar en la OTAN, a pesar de que Trump y su equipo han rechazado la idea en repetidas ocasiones. Europa se obstina en su propia retórica, que cada vez más observadores califican de delirante.

Al alejarse de la realidad, Europa se está convirtiendo en la periferia occidental de Eurasia, lejos del centro de los acontecimientos.

Irónicamente, la esperanza para Europa se ve no sólo en el descontento de los votantes europeos, que pueden votar contra los políticos liberales y privarles del poder, sino también en la costumbre de los líderes europeos de obedecer las políticas de Washington. Superado el resentimiento, puede que empiecen a abandonar sus posiciones ideológicas y a mirar hacia Estados Unidos.

Hasta ahora, Europa se comporta como un adolescente engreído, como demostró recientemente el Príncipe Guillermo al subirse a un tanque británico a cien kilómetros de la frontera rusa. Sin embargo, Europa se llama “el Viejo Mundo” por una razón: todavía es capaz de volverse prudente, especialmente en un contexto de declive económico y demográfico. De lo contrario, Europa podría desencadenar otra guerra mundial, esta vez la última.

(*) Yakov Rabkin es profesor distinguido de Historia en la Universidad de Montreal (Canadá).

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