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Rigoberto, precursor de la libertad de Nicaragua

La Habana. Por Carlos Fonseca. Publicado el 28 de junio de 1972.

Rigoberto, precursor de la libertad de Nicaragua La Habana. Por Carlos Fonseca. Publicado el 28 de junio de 1972.

Tras la acción heroica del Héroe Nacional Rigoberto López Pérez el 21 de septiembre de 1956, se instaló una absurda discusión en los círculos de izquierda de América Latina (también en Cuba) y más allá sobre si su decisión de ejecutar al asesino del General Augusto C. Sandino el 21 de septiembre de 1956, es o no una acción revolucionaria. Por este motivo, el Jefe fundador del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) Carlos Fonseca, escribió el ensayo «¿Quién fue Rigoberto López Pérez?» que fue publicado en la revista revista «Casa de las Américas» de Cuba, el  28 de junio de 1972.

Carlos residía en La Habana después que fue liberado de una cárcel de Costa Rica en donde estaba preso desde agosto de 1969 junto a otros compañeros por el comando guerrillero encabezado por Carlos Agüero. El 21 de octubre de 1970, el comando encabezado por Agüero ejecutó la Operación “Juan Santamaría” del FSLN, secuestró el avión TI-1024 de la Línea Aérea Costarricense S.A. (LACSA) en el que viajaban cuatro estadounidenses funcionarios de la United Fruit Company, logrando con esta acción la liberación del Comandante Carlos Fonseca, Humberto Ortega Saavedra, Rufo Antonio Marín Úcles y Plutarco Hernández Sancho.

En su ensayo, el fundador del FSLN analiza al detalle la carta de Rigoberto a su madre, exponiendo con meridiana claridad los fundamentos revolucionarios que inspiraron su acción justiciera. Publicamos el ensayo íntegro de Carlos Fonseca.

¿Quién fue Rigoberto López Pérez?

Carta de Rigoberto López Pérez a su madre

San Salvador, Septiembre 4 de 1956.

Señora Soledad López
León, Nicaragua

Mi querida madre:

Aunque usted nunca lo ha sabido, yo siempre he andado tomando parte en todo lo que se refiere a atacar al régimen funesto de nuestra patria y en vista de que todos los esfuerzos han sido inútiles para tratar de lograr que Nicaragua vuelva a ser (o sea por primera vez) una patria libre, sin afrenta y sin mancha, he decidido aunque mis compañeros no querían aceptarlo, el tratar de ser yo el que inicie el principio del fin de esa tiranía. Si Dios quiere que perezca en mi intento, no quiero que se culpe a nadie absolutamente, pues todo ha sido decisión mía.

El doctor Gerardo Godoy, que nos conoce muy bien a todos nosotros, ha quedado encargado, lo mismo que los demás paisanos residentes en ese país, de ayudarla en todo lo que usted necesita. Como antes le había contado, hace algún tiempo tomé una póliza de vida por 10 mil colones con doble indemnización, o sean 20 mil córdobas. Gerardo dará todas las vueltas para que ese dinero le sea entregado a usted, ya que está a su nombre.

Hay una salvedad en esto: como usted sabe, yo siempre he vivido en casa de la familia y quiero que de dicho dinero le sean entregado C 1,000 a la señorita Dina Andrade para que termine sus estudios, ya que posiblemente los tenga que abandonar por falta de recursos. Con Miriam Andrade de Rivera, hermana de ella y comadre mía, puede usted entenderse, ya que usted deberá viajar a esta ciudad (San Salvador) en donde terminados los trámites legales, le entregarán el valor de dicha póliza. Como le dije anteriormente Gerardo y demás compañeros le darán todas las vueltas para el cobro de la mencionada póliza.

Espero que tomará todas esas cosas con calma y que debe pensar que lo que yo he hecho es un deber que cualquier nicaragüense que de veras quiera a su patria debía haber llevado a cabo hace mucho tiempo. Lo mío no ha sido un sacrificio sino un deber que espero haber cumplido. Si usted toma las cosas como yo las deseo, le digo que me sentiré feliz. Así que nada de tristeza que el deber que se cumple con la patria es la mayor satisfacción que debe llevarse un hombre de bien como yo he tratado de serlo. Si toma las cosas con serenidad y con la idea absoluta de que he cumplido con mi más alto deber de nicaragüense, le estaré muy agradecido.

Su hijo que siempre la quiso mucho,

(firma) Rigoberto

Análisis de esta carta

Por Carlos Fonseca, separata especial de la revista «Casa de las Américas», La Habana, Cuba, 1972.

¿Quién es Rigoberto López Pérez? Es un nicaragüense.

¿Quién es el nicaragüense Rigoberto López Pérez? Es el héroe y poeta de veintiséis años que dio su vida para ajusticiar en 1956, al sicario que a sueldo de la embajada norteamericana, crucifico a Augusto Cesar Sandino. Puede considerarse a Rigoberto López Pérez como un desconocido. Sin embargo existen opiniones acerca de insignes personalidades políticas: por ejemplo, el señor presidente Dwight Eisenhower, lo llamo «asesino» de un «amigo» de los Estados Unidos.

El acto justiciero de Rigoberto no es el resultado de una decisión instantánea en el momento supremo. Se trata de una decisión meditada, vital. En 1955, el tirano hizo un viaje por varios países. Hay referencias de que desde entonces ya Rigoberto tenía resuelto el ajusticiamiento. El 14 de Septiembre de 1956, cumplía un siglo la victoriosa batalla que digno labriegos nicaragüenses, combatiendo incluso con piedras, obtuvieron sobre los filibusteros encabezados por el esclavista William Walker. El tirano tuvo el cinismo de preparar un acto oficial de conmemoración, al que asistió. Rigoberto se acercó al lugar para realizar su decisión, pero la situación operativa no fue propicia.

Rigoberto López Pérez ajusticia al tirano frente a la misma banda de facinerosos que lo custodian. Rigoberto, como lo tenía decidido, desafía la muerte y cae. Calificar a una acción de tal calibre, es asunto que ha movido la atención de pensadores en siglos pasados. «Rarísimos» es el término que acuña para este tipo de atentado el florentino del siglo XVI autor de «El Príncipe». Quizá la carta -verdadero testamento- que días antes de su acción, dirigió a su madre, permita conocer a Rigoberto López Pérez.

Veamos el marco político en que se encuadra la acción realizada por el héroe nicaragüense la noche del 21 de Septiembre de 1956.

Por aquel tiempo todavía se prolonga sobre la tierra nicaragüense la tiniebla, que durante más de dos décadas cayó a raíz de la conclusión de la resistencia guerrillera y el atroz asesinato de Augusto Cesar Sandino. Aunque bajo esa tiniebla siempre hubo solitarios rebeldes de la estirpe de Rigoberto, que soñaban con una patria libre, lo cierto es que la lucha popular, con la participación de las mismas masas explotadas y oprimidos, llegó a sufrir una absoluta atrofia. Entiéndase que no es una inclinación al epíteto declarar que hace falta apelar al sustantivo catástrofe para denominar el drama nicaragüense al perpetrarse aquel crimen. Catástrofe es el término que define la situación en que es sumida Nicaragua, que en el siglo 20 es el país que ha sufrido el mayor número de víctimas en la América Latina, a raíz de las intervenciones armadas norteamericanas.

Distintas circunstancias se confabulan para que las ideas marxistas se difundan muy tarde en Nicaragua. El país nunca recibió la inmigración de obreros europeos portadores de las ideas revolucionarias modernas; la clase obrera tomo cuerpo muy lentamente, a causa de la atrasadísima economía ganadera y cafetalera (en 1956 es muy reciente la introducción del único cultivo moderno, el algodón, mientras la caña de azúcar y su procesamiento no ocupan un lugar preponderante en la economía local); la importantísima concentración de trabajadores mineros, gime olvidada en las lejanías de la selva atlántica; a todo esto, agréguese que la discriminación cultural no podía llegar a mayor extremo.

Todas las puertas, pues, estuvieron cerradas para la penetración de la teoría revolucionaria científica. Las ideas marxistas comienzan por fin a penetrar solamente a consecuencia de la victoria de la Revolución cubana, que asesta una derrota definitiva al imperialismo yanqui y procede a construir la sociedad socialista, hazañas alcanzadas por primera vez en el ámbito latinoamericano. Las dos rebasadas décadas nicaragüenses que sucedieron al 21 de febrero de 1934 ideológicamente están caracterizadas por títulos como Carta de relación de un conquistador del siglo a la majestad primera del imperio, Doña Isabel la Católica, reina perene en el recuerdo, que mereció de los jueces culturales del gobierno de España el premio Francisco Franco.

Cercado por las tinieblas, ¿qué destellos guían los pasos de Rigoberto? Después de muchos años de estar en el silencio, el tema de Sandino es tratado por primera vez por Alemán Bolaños, un nicaragüense exilado que logra elaborar un libro cuyo mérito es la recopilación de algunos documentos del guerrillero. Aunque al respecto no poseemos por ahora datos concretos, es fácil presumir la avidez con que Rigoberto leyó el libro, para oír la voz de Sandino.

¿Otro destello? «La sangre de los buenos no se derrama en vano», mandato martiano que alzo la generación cubana del Centenario de José Martí (es conocidísima la opinión sobre su papel como autor intelectual del asalto al cuartel Moncada) así como otras referencias a Martí, son difundidas en Centroamérica entre 1953 y 1956 a través de la revista cubana Bohemia, independientemente de los fines mercantiles y demagógicos del magnate propietario de dicha revista, e independientemente, incluso de la tergiversación a que se sometía el pensamiento del gran precursor de la teoría interpretativa de los problemas del colonizado.

En la caverna centroamericana de esos años, sin ninguna literatura revolucionaria local, las líneas martianas, perdidas en medio de los legajos frívolos, son leídos en la revista cubana por las personas de espíritu inquieto, no pudiendo ser Rigoberto la excepción. Las circunstancias en que se redactan estas notas impiden agotar las indagaciones del caso. ¿Cómo no asociar al héroe nicaragüense con los expedicionarios del Granma? Mientras Rigoberto lanza su rayo fulminante el 21 de Septiembre de 1956, aquellos combatientes encabezados por Fidel Castro y Ernesto Guevara están afanados en la preparación de lo que fue legendaria expedición.

En la foto de la izquierda el director y periodista del diario El Cronista, Rafael Correa Rojas, quien era la persona que estaba junto al dictador a la hora del atentado, le mostraba la edición del diario donde adulaban su nominación. Correa Rojas era amigo y simpatizante de la familia Somoza, pero nada de esto le sirvió: fue encarcelado, torturado y falleció poco después de ser liberado a consecuencias de las torturas, su periódico fue confiscado y cerrado por el somocismo. En la foto de la derecha el poeta Rigoberto López Pérez.

Rigoberto es el representante de la huérfana generación nicaragüense que creció inmediatamente después del asesinato de Sandino. Es la crítica situación de la lucha la que lo empuja a su acción. Dice en su testamento:

y en vista de que todos los esfuerzos han sido inútiles.

Y más adelante:

he decidido.

Tomando en cuenta las circunstancias generales del momento, puede justificarse, y no solo explicarse, el método de acción adoptado por Rigoberto. En el país no existe ni organización, ni dirección, ni conciencias revolucionarias. Insistimos en decir que está intacta la consecuencia de la catástrofe desatada por más de un siglo de intervenciones armadas norteamericanas.

En 1956, la lucidez que da la vergüenza permite a Rigoberto prestarle atención al hecho más notorio: ha sobrevivido por más de veinte años, asesinando, saqueando, traficando la soberanía, Anastasio Somoza. Decimos que Rigoberto es un digno descendiente de Sandino, y de inmediato se pensara que estamos recurriendo a gastadas figuras expresivas. En realidad, lo que hacemos es repetir las mismas palabras con que la inventiva popular nicaragüense identifico en el primer momento al todavía desconocido ajusticiador del tirano. «Fue el hijo de Sandino», es el susurro popular con que se lo identifica.

Si se define al guerrillero como el combatiente armado que se enfrenta, disponiendo de una abrumadora inferioridad material, en defensa de la justicia, Rigoberto es un guerrillero. El, con su revolver 38, desafía un poder apoyado en miles de fusiles, ametralladoras, tanques, cañones, aviones y apoyado, en fin, por el más poderoso imperio capitalista. A partir de la acción de Rigoberto, año tras año, se vienen repitiendo en Nicaragua acciones guerrilleras que pasan del centenar, larga marcha no adecuadamente conocida, tal vez por el confinamiento geográfico del istmo nicaragüense.

El cadáver del Héroe Nacional Rigoberto López Pérez, acribillado, sin camisa y con el brazo izquierdo quebrado a base de culatazos de fusil Garand por parte de los escoltas y guardias que le dieron muerte. El verdugo del dictador Anastasio Somoza García quedo tendido en un charco de sangre. Después lo llevaron al cuartel de la Guardia Nacional donde escupieron y patearon su cuerpo que nunca se supo dónde fue enterrado.

En la tenaz marcha, entre los gloriosos caídos, mencionemos al poeta Leonel Rugama, que en un poema suyo habla de Rigoberto:

Rigoberto López Pérez
jugó hasta las seis de la tarde
y cuando se fue
limpiando la cara con un pañuelo
y las muchachas le hablaron para que continuara jugando
él dijo:
«tengo que ir a hacer un volado».

Sólo dos años después de 1956, empuñan de nuevo el fusil guerrillero, supervivientes veteranos del ejército de Sandino, encabezado por el anciano Ramón Raudales, patriarca de blanca barba que cae abatido en su querida montaña segoviana. Y cinco años más tarde de la acción del 21 de septiembre, se integra la fuerza revolucionaria que procede a denominarse Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), que conquista con las armas la vanguardia del combate popular de Nicaragua.

Rigoberto López Pérez, héroe y poeta, se convierte en gran precursor e iniciador de un movimiento cultural revolucionario que ha proseguido. Así quedan atrás las décadas previas a la acción de 1956, saturadas por una cofradía intelectual de espaldas, e incluso hostil, al pueblo. Es increíble la cuantía del desastre que la catástrofe trajo a la creación espiritual en Nicaragua; baste decir que aunque se ha publicado un copioso número de documentos de Augusto Cesar Sandino, hay indicios de la enorme cantidad de correspondencia inédita que se encuentra dispersa, oculta, desconocida o perdida. Incluso en esto entra el origen de la hoy generalizada incomprensión del aporte positivo del nicaragüense Rubén Darío. Hasta el conocimiento de un contemporáneo como Rigoberto López Pérez se ha encontrado en la línea que estamos describiendo.

En suma, se mantiene la validez de la observación de José Martí, quien refiriéndose a los países de Centroamérica, apuntaba: «¿Qué es lo que ocurre en esos países misteriosos tan poco conocidos y tan dignos de serlo?» En la subestimación del lugar de Rigoberto en el proceso nicaragüense actual, han entrado también ciertos factores: la concentración en la actividad revolucionaria práctica, que obligo a postergar la tarea ideológica, lo mismo que la necesidad estratégica de educar a la nueva generación en el espíritu de la lucha colectiva.

En la carta que escribe a su madre, es evidente que Rigoberto no tiene pretensiones literarias o ideológicas. Es la sencilla carta de un hijo atento. Sin embargo, expresa, breve y portentosamente, el espíritu que lo lleva a dar su vida a la patria. Este testamento, que constituye un auténtico monumento ético, solo se había publicado con motivo de algún modestísimo acto de aniversario. Es incuestionable que prolongar la subestimación de Rigoberto, partiendo de la correcta concepción de que el protagonista fundamental de la historia está representado por las masas populares, conlleva una estéril posición dogmática, opuesta a juzgar a los individuos históricos teniendo en cuenta el tiempo y el espacio en que les corresponde actuar.

Ya se ha esbozado un trazo de la situación de Nicaragua en 1956. Cabe ahora hacerse la siguiente pregunta: ¿Era más optimista el cuadro general de la América Latina? A esto puede responderse que, si bien en Nicaragua se da el más abyecto neocolonialismo, por toda la América se extiende, a la vez, el sojuzgamiento reaccionario, y la resistencia popular es incipiente. Castillo Armas, Trujillo, Pérez Jiménez, Magloire, Stroessner, Aramburu, Figueres, Batista, Somoza: tales son los arquetipos de la reacción que pululan por la época, con el agravante de que todavía los seudodemócratas despiertan ilusiones. 1956. Hace solamente dos años que, en Guatemala, próxima a Nicaragua, los mercenarios del imperio del dólar han echado al suelo una efímera pero real esperanza popular.

En la parte izquierda, el doctor Carlos Tünnermann junto a su defendido Tomás Borge Martínez. De todas las personas capturadas y torturadas, solamente 21 fueron juzgadas por un Consejo de Guerra en un juicio que inició el 8 y concluyó el 21 de enero de 1957. Solo 14 personas fueron condenadas.

Así, el flujo revolucionario de la segunda posguerra mundial, expresado en el ensanchamiento del campo socialista y en los golpes del moviendo de liberación nacional en Asia y África, está solo en vísperas de hacer un tardío arribó al Continente de Bolívar y Martí, Tupac Amaru y Sandino. A lo sumo, la América Latina en 1956 está en la víspera de un nuevo tiempo. Precisamente, al tronar la descarga nocturna de Rigoberto, en septiembre de 1956, Fidel Castro y Ernesto Che Guevara, están afanados en los preparativos que desembocaran en la inaugural Sierra Maestra.

No sabemos si el Comandante Che Guevara conoció la carta de Rigoberto; solamente sabemos que una columna guerrillera nicaragüense que contó con la solidaridad del Che, la «Columna Rigoberto López Pérez», sufrió en junio de 1959, denominado “El Chaparral”, un ataque combinado de fuerzas de Nicaragua y Honduras. Nicaragüenses que participaron en la columna citada, recuerdan el mensaje de saludo que les envió el Che, adjunto al cual iba, entre otras cosas, un ejemplar mimeografiado de Guerra de guerrillas, trabajo entonces inédito.

Nos proponemos hablar de las palabras que escribió Rigoberto. Cierto incidente reviste de interés mencionar a la persona que le enseño a leer y escribir; resulta que con motivo de la acción de Rigoberto, entre los millares de personas que fueron blanco de la represión, se encontró Quintana, anciano maestro de enseñanza elemental; fue encarcelado por el «delito» de haber enseñado a leer y escribir a Rigoberto. Se recuerda que a pesar del terror, el anciano Maestro Quintana, en su celda, decía de su distinguido exalumno: «Era un buen muchacho».

Alguien que cultivó la amistad con la señora Soledad López, madre de Rigoberto, recuerda su sonrisa feliz, al mostrar, en León, el texto de la carta, envuelto amorosamente en papel celofán, luego de trasladarlo desde una casa amiga, en la que lo guardaban secretamente. Así se cumple aquel íntimo deseo de Rigoberto:

Si usted toma las cosas como yo lo deseo le digo que me sentiré feliz.

(Antes de seguir adelante, pedimos que se nos excuse por las repeticiones de citas del testamento, en razón del múltiple significado de distintas expresiones contenida en él).

Convencido de que su conducta produce satisfacción al comunicarse con su madre no se propone precisamente consolarla:

Si tomas las cosas con serenidad y con la idea absoluta de que he cumplido con mi más alto deber de nicaragüense, le estaré muy agradecido.

También le dice:

Así es que nada de tristeza.

Del texto se desprende que su decisión fue absolutamente libre y voluntaria. Si alguna influencia externa a su persona existió, fue para impedir que actuara:

aunque mis compañeros no querían aceptarlo.

Temiendo el resultado adverso, las personas más cercanas a él intentan impedirle que actué. Es obvio que este elemento eleva el mérito del héroe.

Edwin Castro, Cornelio Silva y Ausberto Narváez, junto a Rigoberto López Pérez fueron parte de la conspiración para el magnicidio contra el dictador Somoza García. En la imagen Edwin Castro siendo ya un reo político de los Somoza, junto a sus pequeñas hijas María Consuelo y Ruth María, su esposa Ruth Rivera estaba embarazada de su tercero y último hijo, el actual diputado sandinista Edwin Castro Rivera.

No debe confundirse un acto individual con un acto individualista. No individualista, sino individual, es el acto de Rigoberto, íngrimo, solitario sobre los escombros de la catástrofe neocolonial. Opuesto al individualismo declara: mis compañeros.

No es Rigoberto el extraviado rebelde del país que repudia a la facción política de turno para confiar en la facción que solo formalmente esta fuera del poder:

que Nicaragua vuelva a ser (o lo sea por primera vez) una patria libre, sin afrentas y sin manchas

Hay que subrayar la expresión (o sea por primera vez). Ello tiene para los nicaragüenses una trascendencia revolucionaria extraordinaria. Esa posición, antes de Rigoberto López Pérez, solamente la había asumido un nicaragüense: Augusto Cesar Sandino. Esa actitud de Rigoberto marca la reanudación de la senda de Sandino.

Esto se entiende mejor si se recuerda que la política nicaragüense, desde el rompimiento del yugo colonial español, en 1821, había sido sin interrupción monopolio de las dos facciones de la oligarquía: liberales y conservadores. Son conocidos los cuarenticinco años en que predomina la dinastía Somoza; debe recordarse que en el curso del siglo que precedió a esta última, se impuso el dominio de otras dinastías de la oligarquía. La colosal gesta de los guerrilleros conducidos por Sandino representa la única experiencia en la tradición histórica nacional de repudio frontal a las dos facciones citadas.

Llama fuertemente la atención que el mayor antisomocista no haga alusión directa al tirano en su testamento. El prefiere referirse a la tiranía. En el escenario político nicaragüense, esta forma de hablar tiene una honda profundidad espiritual; ya que sobre el infortunado pueblo de Nicaragua pende entonces, como sigue pendiendo después, la amenaza de un somocismo sin Somoza. Para ello está la reserva de oligarcas seudo opositores, tan allegados a la embajada norteamericana o a la Sociedad Interamericana de Prensa. Quizá se diga que solo la discreción conspirativa es que omite la referencia directa al tirano. Esto se desvirtúa al expresar que su acción es:

para tratar de lograr que Nicaragua vuelva a ser (o lo sea por primere vez) una patria libre, sin afrentas y sin manchas

Y después:

el principio del fin de esa tiranía

El rebelde nicaragüense tampoco es un iluso que sueña que una sola acción bastara para que advenga la victoria. Valga decir que poseía una profunda noción del alargamiento del combate, o de su prolongación como más comúnmente se dice:

El tratar de ser yo el que inicie el principio del fin de esa tiranía.

¿No emerge con estas palabras el guerrillero nicaragüense de 1956 como el contemporáneo de Ernesto Che Guevara? El Che, como esperaba de si Rigoberto, es artífice precisamente del principio del fin.

Deja sentado Rigoberto que solamente se propone darle inicio al derribamiento de la tiranía. Da por sobrentendido que a su acción deben seguir repetidas batallas para desembocar en el final definitivo. Pero su realismo llega aun a más. En el habla nicaragüense, «tratar» significa intentar algo que no necesariamente será logrado; de modo que Rigoberto duda incluso de poder alcanzar el inicio referido. Esta humildad en la meta inmediata de su decisión es modelo para el militante revolucionario dedicado al combate largo. De lo que si él está plenamente seguro es de su decisión, y enfáticamente expresa: he decidido.

¿Los redentores de la antigüedad no claman como un sacrificio dar la vida por la humanidad? Por el contrario este redentor del siglo XX, al ascender a la cumbre ética, niega rotundamente que su muerte signifique un sacrificio:

Lo mío no ha sido un sacrificio sino un deber que espero haber cumplido.

Y más adelante:

Así es que nada de tristeza, que el deber que se cumple con la patria es la mayor satisfacción que debe llevarse un hombre de bien como yo he tratado de serlo.

Rigoberto no es un suicida; el no busca la muerte, aunque, claro está, tampoco la rehúye:

Si Dios quiere que perezca en mi intento

Tales palabras sugieren, fundamentalmente, de su amor a la vida y de ningún modo pueden utilizarse para encasillar a este revolucionario con pensamiento característico de días iniciales. Su alegría de vivir se evidencia en fulgurantes términos: «patria libre», «deber», «feliz», «nada de tristeza». Las últimas palabras se compaginan con los hechos de Rigoberto aquel 21 de septiembre. Horas antes del fulminante combate a muerte que sabe que va a sostener, Rigoberto López Pérez juguetea en una calle de su barrio, haciendo de árbitro de unos niños que se divierten con la pelota.

Arriba, el cuerpo acribillado del poeta Edwin Castro en la temible cárcel de la Aviación, después que fue abatido con la famosa “Ley Fuga” junto a Cornelio Silva y Ausberto Narváez, el miércoles 18 de mayo de 1960. Abajo, familiares y amigos cargan el ataúd con los restos del Héroe durante su entierro en el Cementerio de Guadalupe, en León.Parte sustancial del testamento es dedicado a indicar que:

le sean entregados C$ 1,000 a la señorita Dina Andrade para que termine sus estudios, ya que posiblemente los tenga que abandonar por falta de recursos. Para explicar su preocupación señala: como usted sabe, yo siempre he vivido en casa de la familia Andrade que han sido muy buenos conmigo durante tanto tiempo.

Ante la precaria situación material que le espera a su madre, le dice:

que nos conoce muy bien a todos nosotros, ha quedado encargado, lo mismo que los demás paisanos residentes en este país, de ayudarla en todo lo que usted necesite.

Velar por su madre, manifestar gratitud a sus amigos, pobres como el, son deberes humanos que le preocupan a Rigoberto en una proporción apenas un poco menos que el deber de tratar.

Por modestia no emplea el vocabulario «luchar»; «tratar» de iniciar el principio del fin. Sólo aparentemente es que la carta es suscrita desde la ciudad de San Salvador, El Salvador, lugar en el que está exilado: San Salvador, Septiembre 4 de 1956, y más adelante: lo que yo he hecho es un deber.

Luego: lo mío no ha sido un sacrificio sino un deber que espero haber cumplido.

Y después: he cumplido con mi más alto deber de nicaragüense.

Y termina: Su hijo que siempre la quiso mucho, Rigoberto.

No son las palabras de lo que convencionalmente se denomina ser viviente: realmente son palabras escritas por Rigoberto, desde el incognito sepulcro que comparte con Augusto Cesar Sandino, que comparte con los mártires caídos en Nicaragua año tras año, cuyos cuerpos ocultos por los verdugos jamás aparecen.

Con orgullo revolucionario y proletario decimos que Rigoberto es un inconfundible representante de los explotados. Él tiene que apelar a los esfuerzos de compañeros para la atención de su madre, o verse obligado a acudir a una compañía de seguros. Él es el periodista pobre que supo de la explotación. Su familia habita en León una vivienda pobre en el Barrio El Calvario, ubicado como se dice en León, «después de los rieles», o sea más allá de la vía férrea, punto a partir del cual se extienden los barrios habitados por los trabajadores.

Hemos de insistir en la ética de Rigoberto. Pero no existe una ética abstracta. Rigoberto es un inclaudicable militante de la ética de los explotados. En el testamento de este valiente, no hay el menor asomo de bravuconada, ni siquiera escribe una sola vez el término «valentía». Y si fue grande su valentía, más grande es su afán de cumplir con el deber. Rigoberto López Pérez es eso, un gigante ético; es el hombre justo, cumplidor del deber. «Deber», palabra que compendia la ética, aparece escrita por lo menos cinco veces en este sobrio testamento; «deber» es la palabra medular en el testamento, el carácter y la obra de Rigoberto López Pérez.

Llama la atención su abstención de expresar que su ejemplo habrá de ser continuado; seguramente le pareció superfluo exigir el cumplimiento del deber, lo que para él era solo fuente de dulce deleite.

Desafiando las corrientes exclusivamente partidarias del análisis político gélido, a riesgo de la censura que peyorativamente hablara del heroísmo «tropical», puede sostenerse que ninguna epístola evangélica o carta de deberes, que ningún decálogo del héroe o tratado de la virtud, contiene mayor caudal ético que las palabras, respaldadas con toda su sangre, que dirige Rigoberto López Pérez a su madre.

Se ha procedido a darle una estructura grafica heterodoxa a esta edición de la carta -testamento, reproduciendo naturalmente, el texto con absoluta fidelidad. La estructura que se le da ahora, no tiene propiamente pretensión poemática, sino el propósito de facilitar al lector la atención sobre cada frase o palabra, y aun sobre cada silaba, de un texto rubricado con heroísmo.

Carlos Fonseca. La Habana. 28 de junio de 1972

43 Aniversario

Radio Segovia, La Poderosa del Norte.

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