New York. Por David Rosen, Counter Punch
El 5 de noviembre de 2024 es la fecha prevista para las próximas elecciones presidenciales. Por supuesto, es demasiado pronto para predecir quién ganará, pero puede ser útil especular.
Si las cosas no se tuercen, Joe Biden se presentará a la reelección por el Partido Demócrata y Donald Trump intentará conseguir un segundo mandato como candidato republicano. Un resultado probable es que Biden gane las elecciones con un amplio margen y Trump sufra una derrota muy decepcionante.
Al igual que en 2021, los resultados de las elecciones estatales individuales se otorgan a los “electores”, cuyos votos son sumados por el Colegio Electoral y el candidato con 270 votos electorales es el ganador. En 2025, los resultados del Colegio Electoral se enviarán al Congreso que, el lunes 8 de enero, elegirá formalmente al próximo presidente. El 20 de enero de 2025, esa persona –con toda probabilidad, Biden– tomará posesión como presidente.
Es de esperar que el candidato republicano, Trump, afirme que las elecciones de 2024 fueron robadas, que los procedimientos de recuento de votos fueron defectuosos y que algunos funcionarios electorales fueron corruptos. Para Trump y muchos de sus incondicionales, 2024 será una repetición de 2020. Pero podría ser algo peor, mucho peor.
La derrota de Trump en 2020 ha tenido una serie de consecuencias significativas. Ayudó a impulsar su actual candidatura, un esfuerzo por reclamar su “verdadera” victoria. Más aún, legitimó a los republicanos estatales en, por ejemplo, Florida y Texas, para perseguir políticas cada vez más “conservadoras”. También fomentó un número cada vez mayor de grupos de ultraderecha o “neofascistas” en todo el país.
Abundan neofascistas organizados
El Southern Poverty Law Center calcula que “hay 1.225 grupos de odio y extremistas antigubernamentales que operan actualmente en Estados Unidos”. Estos grupos incluyen organizaciones racistas (por ejemplo, Klu Klux Klan), nacionalistas blancos (por ejemplo, Active Club), cabezas rapadas racistas (por ejemplo, Confederate Hammerskins o Pieles de Martillo Confederadas), grupos neonazis (por ejemplo, Aryan National Army o Ejército Nacional Ariano), movimientos de milicias (Frontiersmen o Hombres de Frontera), movimientos de ciudadanos soberanos (por ejemplo, Circle of Sovereigns o Círculo de los Soberanos), propagandistas de conspiraciones (por ejemplo, Now the End Begins o Ahora empieza el fin), movimiento de “sheriff constitucional” (por ejemplo, Protect America Now o Proteger EEUU ahora), grupos “antigubernamentales en general” (por ejemplo, American Revolution 2.0), grupos neoconfederados (por ejemplo, Identity Dixie), grupos de identidad cristiana (por ejemplo, Christian Identity Church o Iglesia de la Identidad Cristiana), grupos anti-LGBT (por ejemplo, Campus Ministry USA o Ministerio universitario de EEUU) y grupos antiinmigrantes (por ejemplo, Boarderkeepers of Alabama o Guardianes de Alabama), así como grupos antisemitas, grupos paganos “neovölkish” (neo-folk), grupos antimusulmanes y otros.
En 2020, uno de estos grupos, los Wolverine Watchmen (Vigilantes Lobeznos), una milicia paramilitar, intentó secuestrar a la gobernadora de Michigan, Gretchen Whitmer, en su casa de vacaciones del condado de Antrim.
Además, ha habido un repunte de ataques terroristas violentos y racistas como el tiroteo en la sinagoga de Pittsburgh en 2018, el ataque en el Walmart de El Paso en 2019 y el tiroteo en el Walmart de Buffalo en 2022.
«El Gran Reemplazo»
Muchos estadounidenses blancos, especialmente hombres, creen que están siendo “reemplazados” por las mujeres, los afroamericanos, los judíos y el creciente número –y diversidad– de inmigrantes que se han asentado en Estados Unidos en el último cuarto de siglo. Trump y otros conservadores blancos los apoyan.
Robert Pape y sus colaboradores del Proyecto sobre Seguridad y Amenazas (CPOST) de la Universidad de Chicago señalan en el revelador estudio “Understanding American Domestic Terrorism” (Comprender el terrorismo doméstico estadounidense) que la creencia fue “un motor clave” de los “insurrectos comprometidos” que asaltaron el Capitolio el 6 de enero.
Yendo más allá, Pape descubrió que “el 63 por ciento de los 21 millones de insurrectos inflexibles del país creen en el “Great Replacement” (la Teoría del Reemplazo, también llamada Teoría del Gran Reemplazo, en Estados Unidos y algunos otros países occidentales cuya población es mayoritariamente blanca, es una suposición conspirativa de extrema derecha que alega que las élites nacionales o internacionales liberales, por iniciativa propia o bajo la dirección de coconspiradores judíos, están intentando reemplazar a los ciudadanos blancos por inmigrantes no blancos; algunos partidarios de la teoría del reemplazo han caracterizado estos cambios previstos como “genocidio blanco”). En junio de 2022, Vice informó de que “en una encuesta reciente dos tercios (68%) de los republicanos encuestados creían en esa teoría”.
El presentador de Fox TV Tucker Carlson despotricó en directo sobre el Gran Reemplazo meses antes del atentado del 6 de enero. “En términos políticos”, dijo, “esta política se llama ‘el gran reemplazo’, la sustitución de los estadounidenses heredados por personas más obedientes de países lejanos”. “Ellos [es decir, los demócratas liberales] alardean de ello todo el tiempo”, añadió, “pero si te atreves a decir que está ocurriendo te gritarán con la máxima histeria”. The New York Times identificó más de 400 episodios del programa de Carlson en los que promovía el Gran Reemplazo. Cabe esperar lo mismo o peor en torno al 8 de enero de 2025.
El «Plan B» de Trump
Uno puede suponer que una fuerte historia de fondo del actual esfuerzo de campaña de Trump es reconocer una pregunta clave: “¿Qué pasa si él, una vez más, es derrotado en 2024?”. Con toda probabilidad, alguien en el equipo de Trump ha preparado un “Plan B para 2021: Victoria en 2025” que ahora está enterrado en los archivos de alguien. Sin embargo, a mediados del año 2024, a medida que la derrota electoral de Trump se haga cada vez más clara, será como si se sacara de los archivos, se copiara y se enviara a muchos operadores de Trump dentro y fuera del partido republicano.
Uno puede imaginarse que un documento del “Plan B” establece un conjunto de opciones y acciones en respuesta a tal (probable) eventualidad. Uno sólo puede preguntarse qué tan alto en la lista de opciones está una campaña para lograr la victoria a través del Colegio Electoral y la repetición exitosa de la insurrección fallida del 6 de enero.
¿Qué requerirá tal plan? ¿Qué han aprendido los partidarios acérrimos de Trump del fallido esfuerzo del 6 de enero? Se preguntan ahora: ¿Cuántos “luchadores por la libertad” de Trump –tropas armadas– habría que reunir en el Congreso? ¿Qué armas –si las hubiera– tendrían que llevar?
Y la gran incógnita respecto a una repetición del 6 de enero en 2025 será el papel del ejército estadounidense, la milicia regional y la policía de Washington DC. ¿Apoyarán al Estado o un número significativo desertará y se unirá a la insurgencia de Trump?
Muchos activos en la insurrección del 6 de enero estaban afiliados a los Oath Keepers (Guardianes del Juramento) y los Proud Boys (Muchachos Orgullosos). La CBS estimó (en diciembre de 2021): “Más de 80 de los acusados en relación con el ataque del 6 de enero contra el Capitolio de Estados Unidos tienen vínculos con el ejército estadounidense –la mayoría de los que tenían antecedentes militares eran veteranos”. Más preocupante aún, ¿hasta dónde estarían dispuestos a llegar los ultramilitantes de Trump la próxima vez? ¿Se apoderarían –y tomarían como rehén– a la vicepresidenta Kamala Harris?
Fuerzas Armadas aplastarían a Trump
Uno también puede imaginar que el plan de acción del “Plan B” del equipo de Trump podría incluir escenarios que vayan más allá de Washington, DC, en su esfuerzo por asegurar la victoria de Trump. Es muy posible que se hayan estudiado los torpes esfuerzos de los Vigilantes Lobeznos y se hayan desarrollado planes más cuidadosamente pensados. Uno de esos planes podría incluir la vinculación de grupos militantes duros seleccionados en una campaña coordinada para imponer la “victoria” ficticia de Trump en capitales estatales y otros sitios altamente seleccionados (por ejemplo, Wall Street).
¿Tendrían éxito esas hipotéticas acciones en Washington y en todo el país para instalar por la fuerza a Trump como presidente? ¿Sus esfuerzos señalarían una nueva guerra civil? ¿Sería una guerra fascista?
Los Estados Unidos de la década de 2020 no son la Alemania de principios de la década de 1930. El capitalismo en Estados Unidos es mucho más seguro hoy en día, incluso con todas las inseguridades debidas a la globalización y la creciente desigualdad, de lo que era Alemania en medio del auge del fascismo. La “clase dominante” estadounidense parece ser más “leal” al statu quo, al “sistema”, que a Trump y su base de extrema derecha.
Si hay una repetición del 6 de enero de 2021, en 2025, podría ser mucho más sangrienta y a escala nacional, pero probablemente no desafiará el poder del Estado. Con toda probabilidad, el ejército estadounidense, las guardias nacionales estatales y las fuerzas policiales locales reprimirán tal insurrección de extrema derecha.
¿Y Trump? Volverá a alegar inocencia y, si no es condenado en virtud de los actuales casos pendientes, se enfrentará a cargos más graves y –¿quién sabe?– hará las maletas y huirá a un país más acogedor.
(*) David Rosen es analista crítico de la historia de Estados Unidos, las políticas públicas, los medios de comunicación, la tecnología y la sexualidad. Es autor de numerosos artículos académicos, reseñas de libros y artículos de divulgación sobre medios de comunicación-tecnología, telecomunicaciones, política, sexo y vida estadounidense.