Estelí. Por Stephen Sefton, Consejo de Comunicación y Ciudadanía
Ha sido notable la continuidad de la despiadada política regional de Estados Unidos en América Latina y el Caribe en base a la Doctrina Monroe de 1823, especialmente desde su derrota de España al fin del Siglo 19. Siempre ha existido la profunda contradicción entre su profesión de democracia y justicia en sus asuntos domésticos y la realidad de su injerencia, imposición y agresión genocida en el extranjero. Por ejemplo, el presidente Teodoro Roosevelt fue famoso en Estados Unidos por su política del “Trato Justo” (Square Deal) igual que por sus medidas contra los monopolios de las grandes empresas, a la vez que, en ultramar, promovió la conquista de las Filipinas, supuestamente para llevar la Paz a la población de ese país. En 1904, Roosevelt declaró su “Corolario” a la Doctrina Monroe en base a que justificaba la intervención militar para asegurar la Paz regional.
En ese mismo año, el presidente Roosevelt impulsó la secesión de Panamá de Colombia y el inicio de la construcción del canal interoceánico. En gran parte, su motivación fue el deseo de poner en práctica la doctrina estratégica del Almirante Alfred Mahan quien abogaba para el control de los océanos del mundo para asegurar el dominio global estadounidense. Esta fue la época de la intervención militar estadounidense en Cuba, República Dominicana, Haití, Honduras, México y Nicaragua, casi siempre bajo el mismo pretexto de tener que asegurar la Paz. En la década desde el asesinato de Sandino, el 21 de febrero 1934, Franklin D. Roosevelt con su política del “Buen Vecino” apoyaba activamente a las sangrientas dictaduras de Somoza García en Nicaragua, de Hernández Martínez en El Salvador, de Ubico Castañeda en Guatemala y de Carías Andino en Honduras, mientras seguía ocupando militarmente a Panamá.
Sin embargo, en su política doméstica, de la misma manera que Teodoro Roosevelt ofrecía el “Trato Justo”, Franklin Roosevelt ofrecía the New Deal, el “Trato Nuevo” que buscaba impulsar cierto nivel de democracia económica en Estados Unidos frente a la creciente amenaza ideológica del comunismo internacional. Mientras, en su política externa, la época del presidente Franklin D. Roosevelt fue la continuación lógica del imperialismo yanqui de su primo, Teodoro Roosevelt. Su política del “Buen Vecino” prefiguraba la alianza de Estados Unidos con las dictaduras militares en Paraguay, Brasil, Bolivia, Chile, Argentina y Uruguay de la segunda mitad del Siglo 20, además de los feroces regímenes de América Central, y de países como Colombia, Haití o República Dominicana, entre otros.
La función evidente de estas dictaduras y regímenes era de servir como estados vasallos manejados para defender y promover los intereses regionales de Estados Unidos y las élites gangsteriles locales. Las autoridades estadounidenses fueron cómplices de las masacres, los asesinatos, la desaparición forzada y la tortura de millones de personas. En la primera parte del Siglo 20 intentó justificar sus crímenes con la mentira que querían asegurar la Paz, en la segunda parte del siglo la mentira era que estaban defendiendo la democracia. Después de 1945, aunque su pretexto fue la llamada Guerra Fría, el motivo principal de estos terribles crímenes fue la necesidad de la clase gobernante de Estados Unidos y sus aliados entre las oligarquías de la región de mantener su control económico sobre los recursos de la región contra los intereses de sus propios pueblos. De hecho, las intervenciones estadounidenses facilitaron la imposición de relaciones neocoloniales basadas en la violencia por medio de sus dictaduras aliadas.
Como escribió el revolucionario Frantz Fanon, para el colonialismo “la violencia es su estado natural y solamente cede cuando se enfrenta a una violencia mayor.” Por cierto, esto era la experiencia de las revoluciones de Cuba y de Nicaragua. La política imperialista de Estados Unidos y sus aliados siempre ha involucrado la combinación del poder de sus Estados con los intereses corporativos de las grandes empresas transnacionales. Esta fusión de la violencia del poder estatal con el poder económico corporativo es la práctica del fascismo tal como fue elaborado por el dictador Benito Mussolini y el filósofo italiano Giovanni Gentile quienes escribieron “La Doctrina del Fascismo” publicado en 1932. Entonces, es lógico en el contexto actual que entre las figuras más activas de parte de Estados Unidos en sus relaciones con América Latina y el Caribe ha sido la General Laura Richardson, jefa de las fuerzas armadas estadounidenses del Comando Sur con sede en Florida.
Al inicio de este año, hablando de una serie de visitas a países aliados en la región, la General Richardson explicó claramente lo que es ahora y lo que siempre ha sido el verdadero interés de Estados Unidos en América Latina y el Caribe. “no hay otro hemisferio que esté inextricablemente vinculado a nuestra patria como el hemisferio occidental y la importancia de la región no puede exagerarse lo suficiente, la proximidad, número uno, pero todos los recursos. Este hemisferio es muy rico en recursos naturales, elementos de tierras raras. Clima – hablas de la Amazonía… Pero elementos de tierras raras. Triángulo de litio: el 60 por ciento del litio del mundo se encuentra en esta región. Oro, cobre…” Varios escritores antiimperialistas han alertado del proceso agresiva de la recolonización de América Latina y el Caribe y parece cierto que los pueblos de la región siguen enfrentando la lucha de siempre contra sus élites vendepatrias para defender su soberana independencia y el control de sus recursos naturales.
El fin de la Guerra Fría a inicios de la década de los 1990s significaba una relajación en la intensidad de la guerra ideológica, pero una intensificación de las políticas de imposición y control imperialista por medio de la llamada globalización, impulsada por Estados Unidos y sus aliados alrededor del mundo. Sin embargo, en América Latina y el Caribe en la primera década del Siglo 21, tomaron el poder varias fuerzas políticas decididas a seguir el proceso troncado de la descolonización y lograron avanzar hasta la fundación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y caribeños y de la UNASUR. Luego, Estados Unidos y sus aliados entre las élites locales han reaccionado para bloquear o sabotear los procesos de la democratización genuina promovidos por las fuerzas populares en sus propios países y de agredir los procesos revolucionarios exitosos en Venezuela y Nicaragua, por ejemplo, por medio del Grupo de Lima.
Como resultado de esta reacción y sus efectos corrosivos en la operación legítima de las instituciones de su democracia representativa, la mayoría de los países de la región de una forma u otra están en crisis política. Tanto en América Latina y el Caribe, como se ve ahora también en África, hay una relación directa entre la disfuncional democracia de estas regiones y el fascismo neocolonial de los poderes imperialistas occidentales. Estados Unidos y sus aliados locales han actuado para provocar y exacerbar esta inestabilidad institucional para afianzar su control neocolonial desde Haití hasta Perú, Ecuador y Argentina, y últimamente en Guatemala y Honduras. La disfuncional democracia en estos países produce las condiciones de inseguridad económica y caos político que, por un lado, permiten la posibilidad de una intervención directa neocolonial, como en Haití, o, por otro lado, el surgimiento de figuras aberrantes como Jair Bolsonaro o Javier Milei, lo cual profundiza la crisis todavía más.
Cuando hace poco el Canciller de la Federación Rusa el compañero Serguei Lavrov comentó, “La operación militar especial ha impulsado la justicia y la multipolaridad” está hablando del acelerado declive del control e influencia del Occidente en el mundo mayoritario desde inicios de 2022. Estados Unidos y sus aliados tienen mayor dificultad para asegurar su acceso a materias primas a precios baratos y no puede tomar como asegurado su control de espacios geográficos estratégicos, como el Golfo Pérsico o el Mar Rojo, por ejemplo. Entonces, es más difícil para las élites occidentales hacer que el mundo mayoritario pagar los costos de su prosperidad en la forma del interminable subdesarrollo de sus pueblos, lo cual se refleja también en el interés de tantos países de unirse al grupo de países BRICS.