Ernesto Che Guevara fue bajado por su hija Aleida del pétreo pedestal y mostrado como el hombre más allá de épicas epopeyas, en una tertulia familiar durante su primera visita a Panamá.
Aleidita, como la llaman los cubanos, pasaba de profundas reflexiones del pensamiento guevariano, a las anécdotas de la vida cotidiana, donde el amor fue tema recurrente, tanto el que existía entre sus padres, como el del recio guerrillero por sus hijos.
Contó de sus miedos a la oscuridad cuando apenas llegaba a los cinco años y cómo la fábula infantil del león y el niño le devolvió la seguridad, que fue reforzada por un pequeño león de peluche que Che le regaló, el cual sirvió de guardián desde entonces, y aún lo conservan sus hijas.
De la ausencia paterna con fuerte convicción reconoce cómo luchó por transformar el mundo y hacerlo mejor, ‘y en ese mundo vivo yo’ y a renglón seguido sentenció que tuvo ‘la ternura para quedarse y la fuerza para marcharse’.
Entonces sus compañeros de lucha Fidel Castro, Ramiro Valdés y Oscar Fernández Mell, entre otros, fueron para los niños sus tíos que ocuparon el espacio del padre ausente hasta en los más íntimos problemas cuando los infantes y adolescentes recurren a los mayores en busca del consejo familiar.
Aleidita nunca olvidará cuando volvía de la anestesia después de la cesárea de su primera hija y al abrir los ojos, al lado de su cama vio a Ramiro y Fernández Mell vestidos con batas sanitarias y les preguntó: – Eh ¿y ustedes qué hacen aquí? Y ambos le respondieron: -Como tu padre no está, aquí estamos nosotros contigo.
Con el gracejo criollo de la isla contó de su último encuentro con su padre, cuando estaba a punto de partir a Bolivia y se mostró ante ella y sus hermanos más pequeños como Ramón, un amigo del Che, con quien compartieron una cena, pero cuando se sirvió el vino puro, Aleidita saltó de su asiento y le increpó: ‘Tú no eres amigo de mi papá, porque él toma el vino con agua’.
Por su madre supo después del orgullo del falso Ramón, al descubrir cómo su hija observaba hasta sus mínimos detalles, a pesar de la poca edad; más tarde la niña se golpeó la cabeza jugando y el supuesto amigo corrió a auxiliarla, la cargó y la abrazó con la ternura del padre.
Fue entonces cuando la pequeña quiso decirle a su madre un secreto escuchado también por el Che disfrazado de Ramón: ‘yo creo que ese hombre está enamorado de mí’.
Ahora saborea la anécdota y la eleva a una profunda reflexión cuando reconoció como en aquel contacto con los cuidados paternos, desde su inocencia recibió un puro sentimiento que resume en una frase concluyente: ‘sí, aquel hombre me amaba’.