Managua. Fabrizio Casari
Ignacio “Lula” Da Silva ganó la segunda vuelta electoral contra el presidente saliente, Jair Bolsonaro. Lula fue votado por 80 millones de brasileños y la comunidad internacional expresó inmediatamente sus felicitaciones, además de respirar aliviada porque un loco fascista y negacionista se va. Bolsonaro, sin embargo, todavía no parece decidido a reconocer el resultado de la votación, oficialmente para verificar el recuento, pero en realidad discutiendo con los militares si hay o no posibles opciones de golpe. Es difícil que la cúpula militar acceda a una intervención que sería costosa desde todos los puntos de vista, entre otras cosas porque su hipoteca sobre el País puede ser cuestionada hasta cierto punto por Lula, cuyos márgenes de maniobra siguen siendo limitados incluso en lo que respecta a la alineación parlamentaria, donde Bolsonaro tiene 99 escaños frente a los 79 de Lula).
La campaña de Lula ha sido difícil, caracterizada por numerosos ataques sistemáticos de la derecha contra los votantes del PT, hasta el punto de complicar la iniciativa electoral en las distintas provincias. Incluso en términos de recursos, el desafío era desesperante: Steve Bannon, el gurú fascista de Trump, llenó la propaganda electoral de fake news, consciente de que no era posible reivindicar la inmundicia de Bolsonaro. Entre varias, sobresale el haber inundado el mercado de los últimos con otros 70 millones de desempleados, por no hablar del triste récord de ser el primer país del mundo en muertes de cóvid causadas por la política ignorante y negacionista de su presidente. Diez mil millones de dólares fueron invertidos en la victoria de Bolsonaro, pero no fueron suficientes para producir algo más que una estrecha derrota del ahora ex presidente. También por esta evidente desproporción de medios y estas dos formas opuestas de entender la confrontación política, la de Lula es una victoria histórica en todos los sentidos.
Los reflejos de la victoria
La elección de Ignacio Lula da Silva a la presidencia de Brasil es un acontecimiento extraordinario para Brasil, para toda América Latina e incluso para el equilibrio internacional. Para Brasil porque devuelve la esperanza a un país azotado por años de bolsonarismo que han llevado a una auténtica tragedia económica y social. La economía brasileña, una de las más importantes del mundo, no había crecido desde 2014. Más de setenta millones de brasileños han sido despedidos, expulsados del circuito laboral y han acabado aumentando poderosamente el número de brasileños por debajo del umbral de la pobreza. Todo esto en un país que, junto con Sudáfrica, tiene la mayor brecha entre los que lo tienen todo y los que no tienen nada, donde en la indiferencia general viven y prosperan 200 multimillonarios brasileños que acumulan una renta igual a la de 215 millones de sus compatriotas.
Lula vuelve a proponer los ejes que fueron estratégicos para el éxito de sus dos primeros mandatos presidenciales, en los que redujo de ocho millones el número de personas sin comida y sin hogar. Lo hará asignando un papel primordial a las políticas públicas, a la lucha contra la pobreza, que implicará también la concertación con las fuerzas económicas, las organizaciones sociales y los partidos, pero sin que ello impida la activación del nuevo contrato social que Lula propone, es decir, techo, alimentación, salarios, igualdad de género, cultura y fin de la violencia. Un crecimiento económico compartido por toda la población, porque así es como debe funcionar la economía, como herramienta para mejorar la vida de todos, no para perpetuar las desigualdades.
Sus palabras al respecto poco después de ser declarado ganador, fueron claras y sin posibilidad de malinterpretación: “La rueda de la economía volverá a girar, con la creación de empleo, la revalorización salarial y la renegociación de la deuda de los hogares que han perdido su poder adquisitivo. La rueda de la economía volverá a girar con los pobres como parte del presupuesto. Con apoyo a los pequeños y medianos productores rurales, responsables del 70% de los alimentos que llegan a nuestras mesas. Con todos los incentivos posibles para que los micro y pequeños empresarios pongan su extraordinario potencial creativo al servicio del desarrollo del país.
La victoria de Lula es también una noticia muy importante para el continente latinoamericano. Porque un Brasil con Lula puede asumir el papel de motor político de una nueva temporada de integración latinoamericana. Brasil es capaz – por su peso político, económico y militar, por su importancia geoestratégica y por su protagonismo internacional – de representar un fuerte elemento de cohesión para los gobiernos socialistas y progresistas de América Latina y, al mismo tiempo, de frenar el golpe de Estado rastrero que parece animar implacablemente las políticas estadounidenses hacia el continente.
Lula puede infundirle a la llamada izquierda light de Arce, Fernández, AMLO, Petro, Castillo, coraje y visión política, ofreciéndoles la oportunidad de lidiar en conjunto y no solos con las pretensiones imperiales que les permita centrar sus atenciones en la agenda de sus respectivos países y del continente y no en las exigencias de posicionamiento político contra los gobiernos socialistas que vienen de Washington. Mientras tanto, como primer efecto, su elección celebra el entierro definitivo del Grupo de Lima a la vez que representa una señal importante para el fortalecimiento de la CELAC y la UNASUR.
La elección de Lula es también una noticia importante para el escenario internacional. El peso político y económico específico de Brasil se ejercerá con mayor vigor político para fortalecer el proceso de unidad de los BRICS, lo que implica un mayor peso de los países emergentes en el tablero mundial y, a la inversa, una mayor reducción para las políticas occidentales que, con sanciones y mercados alterados por decisiones políticas en beneficio de EEUU y Europa, golpean el desarrollo general y tratan de impedir la necesaria transición del unipolarismo al multipolarismo. Al mismo tiempo, un papel proactivo del gigante carioca favorecerá nuevas adhesiones a alianzas regionales, especialmente en América Latina pero también en África, donde Brasilia hasta la llegada del oprobioso Bolsonaro había sostenido un papel importante.
En palabras del nuevo presidente de Brasil, “tenemos nostalgia de aquel Brasil soberano, que hablaba en pie de igualdad con los países más ricos y poderosos. Y que al mismo tiempo contribuyó al desarrollo de los países más pobres. El Brasil que apoyó el desarrollo de los países africanos mediante la cooperación, la inversión y la transferencia de tecnología. Esto sirvió para la integración de América del Sur, América Latina y el Caribe, fortaleció el Mercosur y ayudó a crear el G-20, la Unasur, la CELAC y los BRICS… hoy le decimos al mundo que Brasil ha vuelto. Que Brasil es demasiado grande para ser relegado a este triste papel de paria mundial”.
Una nueva ruta
Un cambio de rumbo total, por tanto, que anuncia un nuevo protagonismo de Brasilia, como subrayó Lula en su primer discurso como presidente: “Volveremos a luchar por una nueva gobernanza mundial, con la inclusión de más países en el Consejo de Seguridad de la ONU y el fin del derecho de veto, que socava el equilibrio entre las naciones”.
Por último, pero no menos importante, el voto de ayer es, aunque en el contexto de un País dividido, el triunfo de la justicia popular sobre la persecución político-judicial que sufrió con más de 500 días de prisión. Fue llevada a cabo por el juez Moro, pero construida bajo órdenes de la Casa Blanca y de los fazenderos brasileños, ansiosos por apoderarse de la Amazonia, deshaciéndose del líder más querido por la población y de las políticas igualitarias y equitativas de su gobierno. El ex juez Moro está ahora refugiado en el Senado, elegido por la derecha bolsonarista como compensación por el trabajo sucio que ha hecho.
Desde ayer, Brasil ha pasado página. La democracia ha expulsado el virus del bolsonarismo y se reubica entre el Planalto y el Cristo del Corcovado. Comienza otra historia para otra etapa, con otros protagonistas y otros sueños. Desde ayer la indecencia lleva el vestido sucio del ex.