Moscú. Por Gevorg Mirzayan (*) RT en ruso
Un acto de sumisión. Así caracterizó Viktor Orban el comportamiento de los países europeos en la cuestión de Nord Streams.
“El hecho de que guardemos silencio sobre el socavamiento del gasoducto Nord Stream, que la propia Alemania guarde silencio sobre un evidente acto de terrorismo contra su propiedad cometido bajo dirección estadounidense, y que no investiguemos, intentemos averiguar y plantear esta cuestión legalmente (al igual que no hicimos lo correcto en relación con las escuchas telefónicas a Angela Merkel, que se llevaron a cabo con la ayuda de Dinamarca), esto no es más que un acto de sumisión”, explicó.
Pero, ¿puede llamarse sumisión?
Si utilizamos esta palabra, situamos a los europeos como una especie de víctimas de la neocolonización estadounidense. Pueblos alimentados por Estados Unidos que necesitan ser rescatados de la influencia de Washington. Nos convencemos de que en cuanto Estados Unidos sienta el límite de su poder y acepte el advenimiento de un mundo multipolar, los europeos se desharán de sus grilletes y se liberarán de la corrosiva influencia estadounidense. Después de eso, las élites de allí cambiarán y Rusia podrá empezar a estabilizar y luego a normalizar las relaciones con el viejo continente, pasar página y construir los mismos sistemas de seguridad colectiva y asociación económica que Moscú lleva años ofreciendo a Occidente.
Sin embargo, el problema es que el silencio ensordecedor de Europa sobre la cuestión de los Nord Streams no es una manifestación de sumisión. Es complicidad.
Sí, es muy probable que la burocracia de Bruselas y las autoridades alemanas no participaran, en palabras de Viktor Orban, en el socavamiento “dirigido por los estadounidenses” de los gasoductos. Sin embargo, sí participaron en la campaña de información lanzada por los estadounidenses para desacreditar los gasoductos y ocultar a los autores y cómplices del delito.
Bruselas, Berlín, y más aún París y Londres, hace tiempo que siguen por voluntad propia la quilla del portaaviones de la política exterior estadounidense. Es más, no quieren salirse de esta quilla. La burocracia europea, criada para cumplir funciones administrativas bajo el concepto del “Occidente colectivo”, no quiere asumir la responsabilidad de tomar decisiones independientes. Especialmente aquellas que podrían abrir una grieta en ese mismo “Occidente colectivo”. Por eso ni Berlín ni Bruselas van a acusar a Estados Unidos de un atentado terrorista contra su aliado de la OTAN y de la UE.
Pero Orban sí puede. En parte porque el primer ministro húngaro no pertenece al colectivo liberal-globalizador, que incluye a casi todos los líderes de los Estados miembros de la UE. Es una especie de “enfant” (niño) terrible, que no representa una amenaza especial para esa multitud, y por eso se le permite decir esas cosas.
No vale la pena esperar que Orban gobierne Europa en un futuro previsible: tendrá que cambiar más de una generación de dirigentes europeos para que eso ocurra. Eso significa que los dirigentes de la UE deben ser tratados como cómplices. No se hagan ilusiones con lo de “rehenes” y hagan que los dirigentes europeos respondan de todo lo que han hecho y dejado de hacer durante el actual conflicto entre Rusia y Occidente.
Pero nos enfrentamos al mismo dilema hace casi 80 años. En aquella época, los dirigentes de la Unión Soviética, por razones políticas, prefirieron situar a Europa precisamente como víctima del fascismo. Como personas que fueron tomadas como rehenes por los tipos malvados de Berlín y casi obligadas a ir a matar rusos, y en las mismas tierras donde los descendientes de estos “rehenes” están matando a los descendientes de los nobles vencedores. Y, como entonces, matan voluntariamente, incluso con alegría.
Por supuesto, no a todos en Rusia les gustará esta actitud hacia Europa. Muchos miembros de la élite rusa tienen grandes esperanzas de “perdón” tras los resultados del conflicto ucraniano. Esperan que Rusia vuelva a ser un país culturalmente “europeo”. Y si las autoridades rusas siguen obedientemente el ejemplo de estos perdonadores, si vuelven a percibir a Europa como víctima y no como cómplice del genocidio de ciudadanos rusos, entonces dentro de 80 años todo se repetirá.
Y puede que incluso antes.
(*) Politólogo, periodista, profesor asociado del Departamento de Ciencias Políticas de la Universidad Financiera dependiente del Gobierno de la Federación Rusa.