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La guerra por las mentes y los aranceles; cobrar y castigar

Ciudad de México. Por Fernando Buen Abad Domínguez (*), diario La Jornada.

La guerra por las mentes y los aranceles; cobrar y castigar Ciudad de México. Por Fernando Buen Abad Domínguez (*), diario La Jornada.

Nota introductoria del Editor: ¿Qué es la guerra cognitiva?

La guerra cognitiva representa una evolución de la guerra psicológica tradicional, potenciada por la tecnología, donde el campo de batalla ya no es solo físico o digital, sino la mente humana. Su impacto puede ser más duradero y profundo que el de un bombardeo, pues cambia la forma en que las personas piensan y actúan.

La guerra cognitiva es un concepto emergente en el ámbito de la seguridad nacional y la guerra moderna, que se enfoca en la manipulación de la percepción, las creencias y los procesos de toma de decisiones de individuos, grupos o sociedades enteras. A diferencia de las guerras tradicionales (físicas o cibernéticas), esta forma de conflicto busca influir en la mente humana para lograr objetivos estratégicos sin necesariamente recurrir a la fuerza militar convencional.

Características clave de la guerra cognitiva:

Enfoque en la percepción: Busca alterar la forma en que las personas interpretan la realidad, mediante desinformación, propaganda o manipulación psicológica. Ejemplo: campañas de fake news para polarizar sociedades o erosionar la confianza en instituciones.

Uso de tecnologías avanzadas: Inteligencia Artificial (IA), redes sociales, deepfakes y algoritmos para difundir narrativas manipuladas a gran escala. Ejemplo: bots en Twitter/X que amplifican mensajes divisivos.

Objetivos estratégicos: Debilitar la cohesión social de un adversario. Influir en decisiones políticas o económicas. Socavar la moral de las fuerzas enemigas o la población civil.

Actores involucrados: Estados (guerra híbrida, operaciones psicológicas). Grupos terroristas o extremistas. Corporaciones (en casos de guerra económica o influencia geopolítica).

Ejemplos de guerra cognitiva:

Interferencia en elecciones: Campañas de desinformación para influir en resultados electorales.

Falsas narrativas de la realidad: Como ocurrió en Nicaragua durante el golpe de Estado fallido de 2018, cuando Estados Unidos y sus empleados locales se encargaron de manipular hechos o inventarlos

Teorías conspirativas: Difusión masiva de ideas como el “terraplanismo” o negacionismo del Covid-19 para crear división social.

¿Cómo se defienden las naciones?

Educación mediática: Enseñar a detectar desinformación.

Regulación de redes sociales: Control de cuentas falsas y contenido malicioso.

Ciberseguridad y contrainteligencia: Identificar y neutralizar campañas extranjeras.

Las nuevas formas de guerra del imperialismo

Con lujo de cretinismo imperial, Donald Trump va por el mundo amenazando a “tirios y troyanos” con el arma disciplinadora de los “aranceles”. Se jacta de poder y de imponernos, al antojo de sus mezcolanzas ideológicas y mercantiles, sus banderas imperiales que insultan a todas las economías y al trabajo que sustenta las riquezas.

Pero no se trata sólo de tecnicismos financieros: se trata de una escuela autoritaria de educación para esclavos, cargada con las lecciones, morales y éticas, de la “guerra cognitiva” al calor de su premisa máxima: “tengan para que aprendan”.

Nada tienen de nuevo las “guerras cognitivas”, salvo su tecnología, porque son un campo de batalla permanente en el ámbito de las estrategias comercio guerra que se centran en el uso de narrativas manipuladoras y operaciones sicológicas para influir, desinformar o controlar la percepción y la conducta de individuos, grupos o naciones.

Sus raíces históricas pueden rastrearse hasta las prácticas más antiguas de la propaganda, la desinformación y la guerra sicológica desarrolladas con campañas sofisticadas para crear contenido de texto y subtexto altamente convincente, para cobrar y castigar con prácticas añejas actualizadas en operaciones modernas que incluyen ya la “inteligencia artificial”.

Esta “guerra cognitiva” es una realidad odiosa y su impacto se manifiesta de formas múltiples, incluso fabricando mensajes justicieros para refrescar la memoria de todos sobre dónde está el poder real. No importa si hay que barajar “fake news”, como pedagogía del domador, para adiestrar líderes políticos, para incitar violencia o para crear caos. Inventar aranceles prioriza un contenido: al que pega se le paga.

Eso, emocionalmente cargado con especulaciones, temores, noticias falsas y teorías conspirativas. Junto con los aranceles se difunden lecciones de poder que han utilizado, incluso, bots y “trolls” para fabricar “opiniones públicas”. Tienen tufo de castigo sus herramientas de “guerra cognitiva” que están siendo empleadas coercitivamente. Lo dicho, en esta guerra, al que pega se le paga.

Esos aranceles, desenvainados en el fragor de la dictadura del capitalismo, son un frente de dominación en el escenario actual de la lucha de clases y, a diferencia de las guerras convencionales donde los campos de batalla son geográficos y las armas tangibles, en la “guerra cognitiva” se opera sobre el terreno de las subjetividades deslizándose entre la información distorsionada, las emociones alteradas por los miedos y las percepciones sobrexcitadas, hoy convertidas en arma estratégica clave en la geopolítica y en la geosemiótica, de pies a cabeza.

Además de pagar los excesos del cretinismo imperial, hay que reverenciar sus dichos y sus gestos histriónicos, su petulancia burguesa, enemiga profunda de la democracia y su insoportable gesto de patanes enriquecidos con toda obscenidad.

Es la dictadura de la estulticia y quieren que nos la traguemos como si fuese costumbre de familia. Asumirla dócilmente como la verdad y la estabilidad social que siempre hemos anhelado. Quieren convertir los aranceles en un triunfo cultural que forje la nueva moral de esclavos agradecidos.

Es una lucha asimétrica para influir, moldear o controlar las percepciones, creencias y comportamientos de individuos, grupos o naciones mediante el uso de herramientas sicológicas, tecnológicas y narrativas. Síndrome de Estocolmo arancelario.

Y eso no es todo. Semejante imposición de aranceles, en el marco del proteccionismo imperial, debe ser analizada como una estrategia para preservar la hegemonía del capital en crisis, con lujo de manipulación de las relaciones de información de clase y la creación de consensos ideológicos desmoralizantes, en favor de la élite dominante ansiosa siempre de disciplinadores económicos e ideológicos.

Disfrazan su “guerra cognitiva” como “batalla cultural” para reorganizar las relaciones económicas de subordinación, a favor del capital, especialmente en medio de su crisis estructural. Y contra China. Esos aranceles reflejan las tensiones entre el capital globalizado y el nacional.

El cúmulo de las disputas interburguesas está rebasando todo límite y la compulsión monopólica, base del imperialismo, está reventando sus propios márgenes. Las burguesías peleándose entre ellas, primero tratan de proteger a sus sectores estratégicos. A todo fuego. Pero eso no elimina la contradicción histórica fundamental entre el capital y el trabajo, sino que la desplaza hacia “nuevas” formas de guerra, es decir, más tecnificada, contra la clase trabajadora. Por eso prolifera todo tipo de predicadores y bisutería ideológica.

Con aranceles bíblicos pontifican la narrativa “fake” de “proteger al trabajador estadunidense”, refuerzan su nacionalismo económico, fabrican la ilusión de que el capital se preocupa por los intereses del proletariado.

Desfachatez manipuladora de la ideología burguesa que pretende disfrazar su realidad, de explotación laboral, criminalizando inmigrantes, histerizando el racismo y fabricando, con esquizofrenia y paranoia dignas de Hollywood, enemigos por todas partes. Especialmente chinos, rusos y comunistas. Nacionalismo económico con lógica del relato predicador.

Sus aranceles son un mensaje denso y profundo. No sólo tienen impacto económico, también tienen moralejas cruciales. Es la dictadura del proteccionismo monopólico para asegurar frustración y desmoralización de las masas trabajadoras ante el suprapoder imperial, del dicho al hecho, hoy renovador del racismo y la xenofobia como herramientas disciplinadoras acompañado los aranceles que son, realmente, dispositivos de defensa en la “guerra cognitiva”. Y exhibirle al mundo quiénes tienen los recursos militares y mediáticos para imponer represalias internacionales al “tipo de cambio” que a ellos les conviene bajo la dictadura del capitalismo.

Sus aranceles son una encíclica completa de las canalladas burguesas para castigar a la clase trabajadora, obligándola a financiar las ofensivas bélicas e ideológicas en su contra y que además las agradezca, mientras que el capital ensancha sus márgenes de ganancia. Sus aranceles son una escuela teórico-práctica de esclavitudes objetivas y subjetivas. Y en la “guerra cognitiva” también es indispensable que la primera en morir sea la verdad. Porque eso a ellos les conviene y les gusta mucho. Siempre.

(*) Fernando Buen Abad Domínguez, mexicano. Director de Cine egresado de New York University, licenciado en Ciencias de la Comunicación, Master en Filosofía Política y Doctor en Filosofía. Es experto en “Filosofía de la Imagen”, “Filosofía de la Comunicación”, “Crítica de la Cultura, Estética y Semiótica”. Artículo publicado originalmente el 22 de febrero de 2022.

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