Managua. Radio La Primerísima
El 17 de septiembre de 1980, a poco más de un año del 19 de julio de 1979, triunfo de la Revolución Sandinista, el dictador Anastasio Somoza Debayle es ajusticiado en Asuntición, la capital de Paraguay por un grupo de siete guerrilleros dirigido por Enrique Gorriarán Merlo, militante y dirigente del Partido Revolucionario de los Trabajadores y del Ejército Revolucionario del Pueblo (PRT-ERP).
La Operación Reptil se realizó cuando Somoza se desplazaba en su vehículo en la Avenida Generalísimo Franco (hoy Avenida España). Paradojas de la historia, en un país dominado por una dictadura.
Todos los pormenores se prepararon durante un año y acabó con la vida del último tirano de la dinastía que había comenzado en 1937 por su padre, Anastasio Somoza García, quien ordenó asesinar al General de Hombres y Mujeres Libres Augusto C. Sandino en febrero de 1934.
Se contabilizaron 25 orificios de bala en el cuerpo calcinado por un proyectil de bazuca. Quién manejaba el lanzacohetes RPG-2 era un guerrillero del ERP, Hugo Irurzun, cuyo nombre de guerra era «Capitán Santiago».
Otro de los guerrilleros, Roberto Sánchez (su nombre de guerra Armando) se le cruzó de golpe a una combi que antecedía al Mercedes Benz donde iba el dictador. Roberto, años más tarde participó en el ataque al cuartel de La Tablada en febrero de 1989, donde lo asesinaron.
Gracias al poder de su familia, Somoza Debayle, llegó a ser dueño de las mejores tierras, del petróleo y de algunas de las principales y más productivas empresas de Nicaragua.
Cuando huyó alcanzó a invertir una parte de su fortuna, que es incalculable pero algunos estiman en 6 mil millones de dólares lo que logró rescatar en el Chaco paraguayo. Evidentemente el interés del otro dictador Alfredo Stroessner no estaba basado sólo en las coincidencias ideológicas.
Somoza fue el responsable de la muerte de más de 50 mil civiles, más del doble de heridos, de los 40 mil huérfanos y de los 150 mil desplazados a países vecinos.
No fue venganza. Se trató de una acción que se enmarca en la justicia popular emanada del gobierno revolucionario a requerimiento del pueblo nicaragüense. El dictador había cosechado lo que había sembrado. La violencia ejercida por la dinastía Somoza demandaba una respuesta popular acorde al sufrimiento padecido por el pueblo nicaragüense.