Nueva Delhi. Por M. K. Bhadrakumar (*), Indian Punchline
Dentro de otros diez días se cumple un aniversario trascendental de los anales de la historia moderna que sigue siendo un recuerdo vivo para el pueblo ruso. El sitio de Leningrado, posiblemente el episodio más espantoso de la Segunda Guerra Mundial, que duró 900 días, fue finalmente roto por el Ejército Rojo soviético el 27 de enero de 1944, hace ochenta años para ser exactos.
El asedio lo soportaron más de tres millones de personas, de las que murieron casi la mitad, la mayoría en los seis primeros meses, cuando la temperatura descendió a 30° bajo cero. Fue un acontecimiento apocalíptico. Los civiles murieron de hambre, enfermedades y frío. Sin embargo, fue una victoria heroica. Los leningradistas nunca intentaron rendirse a pesar de que las raciones de comida se redujeron a unas pocas rebanadas de pan mezcladas con serrín, y los habitantes comían pegamento, ratas –e incluso entre ellos– mientras la ciudad carecía de agua, electricidad, combustible o transporte y era bombardeada a diario.
Fue el 22 de junio de 1941 cuando los ejércitos alemanes cruzaron las fronteras rusas. En seis semanas, el Grupo de Ejércitos Norte de la Wehrmacht, fuerzas armadas del Tercer Reich, se encontraba a menos de 50 kilómetros de Leningrado en una fantástica blitzkrieg y había avanzado 650 kilómetros de profundidad en territorio soviético.
Un mes después, los alemanes prácticamente habían completado el cerco de la ciudad, sólo una peligrosa ruta a través del lago Ladoga hacia el este conectaba Leningrado con el resto de Rusia. Pero los alemanes no llegaron más lejos. Y 900 días después comenzó su retirada.
El épico asedio de Leningrado fue el más largo soportado por ciudad alguna desde los tiempos bíblicos, e, igualmente, los ciudadanos se convirtieron en héroes: artistas, músicos, escritores, soldados y marineros que se resistieron obstinadamente a que el hierro entrara en sus almas. Petrificados ante la perspectiva de rendirse a la Unión Soviética, los nazis prefirieron deponer las armas ante las fuerzas aliadas occidentales, pero el General Dwight Eisenhower, Comandante Supremo de la Fuerza Expedicionaria Aliada en Europa, ordenó que el honor de la victoria fuera para el Ejército Rojo.
He aquí una de las mayores paradojas de la guerra y la paz en los tiempos modernos. Hoy, el aniversario del sitio de Leningrado se ha convertido, con toda seguridad, en una ocasión que Estados Unidos y muchos de sus aliados europeos preferirían no recordar. Sin embargo, tampoco hay que pasar por alto su relevancia contemporánea.
Los dirigentes nazis pretendían exterminar a toda la población de Leningrado mediante la inanición forzada. La muerte por inanición fue un acto deliberado por parte del Reich alemán. En palabras de Joseph Goebbels, Adolf Hitler “tenía la intención de aniquilar ciudades como Moscú y San Petersburgo”. Esto era “necesario”, escribió en julio de 1941, “porque si queremos dividir Rusia en sus partes individuales”, ésta “ya no debe tener un centro espiritual, político o económico”.
El propio Hitler declaró en septiembre de 1941: “No tenemos ningún interés en mantener ni siquiera una parte de la población metropolitana en esta guerra existencial”. Cualquier conversación sobre la rendición de la ciudad tenía que ser “rechazada, ya que el problema de mantener y alimentar a la población no puede ser resuelto por nosotros”.
En pocas palabras, se dejó que la población de Leningrado muriera de hambre, al igual que los millones de prisioneros de guerra soviéticos retenidos por la Wehrmacht. El historiador Jörg Ganzenmüller escribió más tarde que esta forma de asesinato en masa era rentable para Berlín, ya que, era un “genocidio por el simple hecho de no hacer nada”.
“Genocidio sin hacer nada Esas escalofriantes palabras también son aplicables hoy a las “sanciones infernales” de Occidente, cuyo objetivo ulterior es “borrar” a Rusia y crear cinco nuevos Estados a partir de su vasta masa continental, con fabulosos recursos que pueden ser subyugados por el mundo industrializado.
La madre de todas las ironías es que Alemania está aún hoy a la vanguardia de la estrategia de “genocidio sin hacer nada” para debilitar y poner de rodillas a la Federación Rusa. La administración Biden dependía de una troika de tres políticos alemanes para hacer el trabajo pesado en ese esfuerzo fallido por borrar a Rusia: la máxima burócrata de la Unión Europea en Bruselas Ursula von der Layen, el canciller alemán Olaf Schulz y la ministra de Asuntos Exteriores Annalena Baerbock.
George Santayana, el filósofo, ensayista, poeta y novelista hispanoamericano dijo una vez: “Aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo”. Así es como prospera la extrema derecha.
En Alemania y en otros países, las generaciones más jóvenes se están volviendo indiferentes a la historia del fascismo. La idea de un Cuarto Reich ha entrado en un apogeo sin precedentes y vive actualmente una nueva fase de normalización en Europa. La tumultuosa agitación política en todo el mundo occidental sirve hoy de telón de fondo.
El autor de The Fourth Reich: The Specter of Nazism from World War II to the Present (El Cuarto Reich: El espectro del nazismo desde la Segunda Guerra Mundial hasta nuestros días), el historiador y profesor de historia y estudios judaicos Gavriel Rosenfeld ha escrito que “la única forma de acallar el canto de sirena del Cuarto Reich es conocer su historia completa”. Aunque en nuestro mundo actual de ‘hechos’ falsos y desinformación deliberada es cada vez más difícil forjar un consenso sobre la verdad histórica, no tenemos otra alternativa que perseguirla”.
La justificación de la violencia política es clásicamente fascista. La semana pasada asistimos a un espectáculo sobrecogedor en la Corte Internacional de Justicia (CIJ) de La Haya que nos recuerda que nos encontramos en la fase jurídica del fascismo. Si los nazis utilizaron el judeo-bolchevismo como su enemigo construido, Israel está haciendo lo mismo al levantar el coco de Hamas. El fascismo se alimenta de una narrativa de supuesta humillación nacional por parte de enemigos internos.
Mientras tanto, lo que se olvida es que desde hace décadas existe en Israel un creciente movimiento social y político fascista. Al igual que otros movimientos fascistas, está plagado de contradicciones internas, pero este movimiento tiene ahora un líder clásicamente autoritario en el primer ministro Benjamin Netanyahu, que le ha dado forma y lo ha exacerbado, y está decidido a que en su tiempo en la política se normalice.
Es muy probable que, en cuestión de unos días, la CIJ dicte algún tipo de orden/conminatoria provisional a Israel para que ponga fin a la violencia contra los desventurados palestinos de Gaza. Pero el movimiento fascista que ahora lidera Netanyahu le precedió y le sobrevivirá.
Son fuerzas que se alimentan de ideologías con profundas raíces en la historia judía. Puede que defiendan un ficticio pasado nacional glorioso y virtuoso, pero sería un grave error pensar que, en última instancia, no pueden ganar.
Los rusos están aprendiendo por las malas esta verdad casera en Ucrania, donde la “desnazificación” está resultando ser el eslabón más débil de su operación militar especial, dados sus anclajes geopolíticos rastreables hasta los escarceos de Alemania con los grupos neonazis ucranianos de Kiev en el periodo previo al golpe de 2014, que Estados Unidos heredó alegremente y no quiso dejar escapar.
(*) M. K. Bhadrakumar, diplomático jubilado, es uno de los más prestigiosos analistas de Asia sobre geopolítica mundial. Ocupó numerosos cargos relevantes en distintos gobiernos de India.