High Wycombe, Inglaterra. Por Jonathan Cook (*), El Viejo Topo, Barcelona
De repente, los políticos occidentales, desde el presidente estadounidense Joe Biden hasta el primer ministro británico Rishi Sunak, se han convertido en ardientes defensores de la “moderación”, en una lucha de última hora por evitar una conflagración regional.
Entre el 13 y el 14 de abril pasados, Irán lanzó una salva de drones y misiles contra Israel en lo que supuso una demostración de fuerza en gran medida simbólica. Al parecer, muchos de ellos fueron derribados por los sistemas de interceptación israelíes financiados por Estados Unidos o directamente por aviones de combate estadounidenses, británicos y jordanos. No hubo muertos. Fue el primer ataque directo de un Estado contra Israel desde que Irak disparó misiles Scud durante la guerra del Golfo de 1991.
El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas se reunió apresuradamente el 14 de abril, y Washington y sus aliados pidieron que se rebajaran las tensiones, que podrían desembocar fácilmente en el estallido de una guerra en Oriente Próximo y más allá.”Ni la región ni el mundo pueden permitirse más guerras”, declaró en la reunión el Secretario General de la ONU, Antonio Guterres. “Ahora es el momento de desactivar y desescalar”.
Israel, por su parte, prometió “exigir el precio” a Irán en el momento que elija. Pero la abrupta conversión de Occidente a la “moderación” necesita algunas explicaciones. Después de todo, los líderes occidentales no mostraron ninguna moderación cuando Israel bombardeó el consulado de Irán en Damasco hace dos semanas, matando a un general de alto rango y más de una docena de otros iraníes –la causa de la represalia de Teherán.
Según la Convención de Viena, el consulado no sólo es una misión diplomática protegida, sino que se considera territorio soberano iraní. El ataque israelí contra él fue un acto desenfrenado de agresión, el “crimen internacional supremo”, como dictaminó el tribunal de Nuremberg al final de la Segunda Guerra Mundial. Por ello, Teherán invocó el artículo 51 de la Carta de las Naciones Unidas, que le permite actuar en legítima defensa.
Blindar a Israel
Sin embargo, en lugar de condenar la peligrosa beligerancia de Israel –un ataque flagrante al llamado “orden basado en normas” tan venerado por Estados Unidos– los líderes occidentales se alinearon detrás del Estado cliente favorito de Washington.
En una reunión del Consejo de Seguridad celebrada el 4 de abril, Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia despreciaron intencionadamente la moderación al bloquear una resolución que habría condenado el ataque de Israel al consulado iraní, una votación que, de no haber sido bloqueada, podría haber bastado para aplacar a Teherán.
El mismo fin de semana que Irán ejerció su derecho a la autodefensa, el ministro británico de Asuntos Exteriores, David Cameron, dio el visto bueno al ataque israelí contra la sede diplomática iraní, afirmando que podía “entender perfectamente la frustración que siente Israel”, aunque añadió, sin ningún atisbo de conciencia de su propia hipocresía, que el Reino Unido “tomaría medidas muy enérgicas” si un país bombardeara un consulado británico.
Al proteger a Israel de cualquier consecuencia diplomática por su acto de guerra contra Irán, las potencias occidentales se aseguraron de que Teherán tuviera que buscar una respuesta militar.
Pero la cosa no acabó ahí. Tras avivar el sentimiento de agravio de Irán en la ONU, Biden prometió un apoyo “férreo” a Israel –y graves consecuencias para Teherán– si se atrevía a responder al ataque contra su consulado.
Irán hizo caso omiso de esas amenazas. Lanzó unos 300 drones y misiles, al tiempo que protestaba a gritos por la “inacción y el silencio del Consejo de Seguridad, que no ha condenado las agresiones del régimen israelí”.
Los dirigentes occidentales no tomaron nota. Volvieron a ponerse del lado de Israel y denunciaron a Teherán. En la reunión del Consejo de Seguridad del domingo, los mismos tres Estados –Estados Unidos, Reino Unido y Francia– que antes habían bloqueado una declaración de condena del ataque israelí a la misión diplomática iraní, solicitaron una condena formal de Teherán por su respuesta.
El embajador ruso ante la ONU, Vasili Nebenzya, ridiculizó lo que calificó de “desfile de hipocresía y doble rasero de Occidente”. Y añadió: “Saben muy bien que un ataque a una misión diplomática es un casus belli según el derecho internacional. Y si las misiones occidentales fueran atacadas, ustedes no dudarían en tomar represalias y demostrar su caso en esta sala”.
Tampoco se vio ningún tipo de moderación cuando Occidente celebró públicamente su connivencia con Israel para frustrar el ataque de Irán y, de este modo, convertirse en parte directa de esta peligrosa confrontación.
El primer ministro británico, Rishi Sunak, elogió a los pilotos de la RAF por su “valentía y profesionalidad” al ayudar a “proteger a los civiles” en Israel. En una declaración, Keir Starmer, líder del partido laborista de Reino Unido, supuestamente de la oposición, condenó a Irán por generar “miedo e inestabilidad”, en lugar de “paz y seguridad”, con el riesgo de avivar una “guerra regional más amplia”. Su partido, dijo, “defenderá la seguridad de Israel”.
La “moderación” que Occidente exige sólo se refiere, al parecer, a los esfuerzos de Irán por defenderse.
Morir de hambre
Dado el nuevo reconocimiento por parte de Occidente de la necesidad de actuar con cautela y de los peligros evidentes de los excesos militares, puede que haya llegado el momento de que sus dirigentes se planteen exigir moderación de forma más general, y no sólo para evitar una nueva escalada entre Irán e Israel.
En los últimos seis meses, Israel ha bombardeado Gaza hasta convertirla en escombros, ha destruido sus instalaciones médicas y oficinas gubernamentales y ha matado y mutilado a muchas, muchas decenas de miles de palestinos. En realidad, tal es la devastación que Gaza perdió hace algún tiempo la capacidad de contar sus muertos y heridos.
Al mismo tiempo, Israel ha intensificado su bloqueo de 17 años del minúsculo enclave hasta el punto de que llegan tan pocos alimentos y agua que la población está presa de la hambruna. La gente, especialmente los niños, se muere literalmente de hambre.
La Corte Internacional de Justicia, el más alto tribunal del mundo, presidido por un juez estadounidense, dictaminó en enero –cuando la situación era mucho menos grave que ahora– que se había presentado un caso “plausible” de que Israel estaba cometiendo genocidio, un crimen contra la humanidad estrictamente definido en el derecho internacional.
Y, sin embargo, los líderes occidentales no han pedido “moderación” mientras Israel bombardeaba Gaza semana tras semana hasta dejarla en ruinas, atacando sus hospitales, arrasando sus oficinas gubernamentales, volando por los aires sus universidades, mezquitas e iglesias y destruyendo sus panaderías.
Por el contrario, el presidente Biden se ha apresurado repetidamente a aprobar ventas de armas de emergencia, pasando por alto al Congreso, para asegurarse de que Israel tenga suficientes bombas para seguir destruyendo Gaza y matando a sus niños.
Cuando los dirigentes israelíes prometieron tratar a la población de Gaza como “animales humanos”, negándoles todo tipo de alimentos, agua y energía, los políticos occidentales dieron su visto bueno.
Sunak no estaba interesado en reclutar a sus “valientes” pilotos de la Fuerza Aérea para “proteger a los civiles” de Gaza frente a Israel, y Starmer no mostró ninguna preocupación por el “miedo y la inestabilidad” que sienten los palestinos por el reino del terror de Israel.
Más bien al contrario. Starmer, famoso como abogado de derechos humanos, incluso dio su aprobación al castigo colectivo de Israel a la población de Gaza, su “asedio total”, como parte integrante de un supuesto “derecho de legítima defensa” israelí. Al hacerlo, invalidó uno de los principios más fundamentales del derecho internacional, según el cual los civiles no deben ser objeto de ataques por las acciones de sus dirigentes. Como ahora resulta demasiado evidente, sentenció a muerte a la población de Gaza.
¿Dónde estaba entonces la “moderación”?
Desaparecida en combate
Del mismo modo, la moderación se esfumó cuando Israel inventó un pretexto para erradicar la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo (UNRWA), el último salvavidas de la hambrienta población de Gaza.
A pesar de que Israel fue incapaz de ofrecer ninguna prueba de su afirmación de que un puñado de empleados de UNRWA estaban implicados en un ataque contra Israel el 7 de octubre, los líderes occidentales se apresuraron a cortar la financiación de la agencia. Al hacerlo, se convirtieron en cómplices activos de lo que el Tribunal Mundial ya temía que fuera un genocidio.
¿Dónde estaba la moderación cuando los funcionarios israelíes –con un largo historial de mentiras para promover la agenda militar de su Estado– inventaron historias sobre la decapitación de bebés por Hamás o sobre violaciones sistemáticas el 7 de octubre? Todo esto fue desmentido por una investigación de Al Jazeera basada en gran medida en fuentes israelíes. Esos engaños que justificaban el genocidio fueron amplificados con demasiada facilidad por los políticos y los medios de comunicación occidentales.
Israel no mostró ninguna moderación a la hora de destruir los hospitales de Gaza o de tomar como rehenes y torturar a miles de palestinos que sacó de la calle. Los políticos occidentales hicieron caso omiso de todo ello.
¿Dónde estaba la moderación en las capitales occidentales cuando los manifestantes salieron a las calles para pedir un alto el fuego, para detener la sangría israelí de mujeres y niños, la mayoría de los muertos de Gaza? Los manifestantes fueron calumniados –y siguen siendo calumniados– por los políticos occidentales como partidarios del terrorismo y antisemitas.
¿Y dónde estaba la exigencia de moderación cuando Israel rompió el libro de reglas sobre las leyes de la guerra, permitiendo a cualquier aspirante a hombre fuerte citar la indulgencia de Occidente con las atrocidades israelíes como precedente para justificar sus propios crímenes?
En cada ocasión, cuando favoreció los malévolos objetivos de Israel, el compromiso de Occidente con la “moderación” desapareció en combate.
Estado cliente de primer orden
Hay una razón por la que Israel ha sido tan ostentoso en su saqueo de Gaza y su pueblo. Y es la misma razón por la que Israel se sintió envalentonado para violar la inviolabilidad diplomática del consulado de Irán en Damasco.
Porque durante décadas Israel ha tenido garantizada la protección y la ayuda de Occidente, sean cuales sean los crímenes que cometa.
Los fundadores de Israel limpiaron étnicamente gran parte de Palestina en 1948, mucho más allá de los términos de partición establecidos por la ONU un año antes. En 1967 impusieron una ocupación militar en lo que quedaba de la Palestina histórica, expulsando a una parte aún mayor de la población nativa. Después impuso un régimen de apartheid en las pocas zonas donde quedaban palestinos.
En sus reservas de Cisjordania, los palestinos han sido sistemáticamente maltratados, sus casas demolidas y se han construido asentamientos judíos ilegales en sus tierras. Los lugares sagrados de los palestinos han sido rodeados y arrebatados gradualmente.
Por otra parte, Gaza lleva 17 años aislada y su población no puede circular libremente, ni trabajar, ni disfrutar de las necesidades básicas.
El reino del terror de Israel para mantener su control absoluto ha hecho que el encarcelamiento y la tortura sean un rito de iniciación para la mayoría de los hombres palestinos. Cualquier protesta es aplastada sin piedad.
Ahora Israel ha añadido la matanza masiva en Gaza –genocidio– a su larga lista de crímenes.
Los desplazamientos de palestinos a Estados vecinos provocados por las operaciones de limpieza étnica y las matanzas de Israel han desestabilizado la región en su conjunto. Y para asegurar su proyecto colonial militarizado de colonos en Oriente Próximo –y su lugar como Estado cliente de Washington en la región– Israel ha intimidado, bombardeado e invadido a sus vecinos con regularidad.
Su ataque contra el consulado iraní en Damasco fue sólo la última de las humillaciones en serie a las que se enfrentaron los Estados árabes.
Y durante todo este tiempo, Washington y sus Estados vasallos no han hecho más que llamamientos ocasionales y de boquilla a la moderación hacia Israel. Nunca ha habido consecuencias, sino recompensas de Occidente en forma de ayuda multimillonaria y un estatus comercial especial.
Algo precipitado
Entonces, ¿por qué, tras décadas de violencia desenfrenada por parte de Israel, de repente Occidente se ha interesado tanto por la “moderación”? Porque en esta rara ocasión sirve a los intereses occidentales calmar los fuegos que Israel está tan decidido a avivar.
El ataque israelí contra el consulado de Irán se produjo justo cuando a la administración Biden se le acababan por fin las excusas para proporcionar las armas y la cobertura diplomática que han permitido a Israel masacrar, mutilar y dejar huérfanos a decenas de miles de niños palestinos en Gaza durante seis meses.
Las exigencias de un alto el fuego y un embargo de armas a Israel han llegado a un punto álgido, y Biden está perdiendo apoyo entre parte de su base demócrata, cundo se enfrenta a las elecciones presidenciales a finales de este año frente a un rival resurgente, Donald Trump. Un pequeño número de votos podría marcar la diferencia entre la victoria y la derrota.
Israel tenía motivos de sobra para temer que su patrocinador pronto tirara la toalla ante su campaña de matanzas masivas en Gaza. Pero tras haber destruido toda la infraestructura necesaria para mantener la vida en el enclave, Israel necesita tiempo para que se produzcan las consecuencias: o hambruna masiva allí o una reubicación de la población en otro lugar por motivos supuestamente “humanitarios”.
Una guerra más amplia, centrada en Irán, distraería la atención de la desesperada situación de Gaza y obligaría a Biden a respaldar incondicionalmente a Israel, a cumplir su “férreo” compromiso con la protección de Israel. Y para colmo, si Estados Unidos se viera arrastrado directamente a una guerra contra Irán, Washington no tendría más remedio que ayudar a Israel en su larga campaña para destruir el programa de energía nuclear iraní.
Israel quiere eliminar cualquier posibilidad de que Irán desarrolle una bomba, algo que nivelaría el campo de juego militar entre ambos de forma que Israel tendría muchas menos garantías de poder seguir actuando a su antojo en toda la región con impunidad.
Por eso, los funcionarios de Biden están expresando a los medios de comunicación estadounidenses su preocupación por que Israel esté dispuesto a “hacer algo precipitado” en un intento de arrastrar a la administración a una guerra más amplia.
La verdad es, sin embargo, que Washington cultivó hace tiempo a Israel como su monstruo Frankenstein militar. El papel de Israel consistía precisamente en proyectar el poder de EEUU de forma implacable en Oriente Medio, rico en petróleo. El precio que Washington estaba más que dispuesto a aceptar era la erradicación por Israel del pueblo palestino, sustituido por un “Estado judío” fortaleza.
Pedir ahora a Israel que ejerza la “moderación”, mientras sus atrincherados grupos de presión flexionan sus músculos inmiscuyéndose en la política occidental y unos fascistas confesos gobiernan Israel, va más allá de la parodia. Si Occidente realmente apreciara la moderación, debería haber insistido en ella a Israel hace décadas.
(*) Jonathan Cook es un periodista británico galardonado. Jonathan se licenció en Filosofía y Política por la Universidad de Southampton en 1987 y obtuvo un diploma de posgrado en Periodismo por la Universidad de Cardiff en 1989. En 2000 obtuvo un máster en Estudios de Oriente Medio, con matrícula de honor, en la Escuela de Estudios Orientales y Africanos de la Universidad de Londres. Trabajó en periódicos regionales antes de incorporarse a la plantilla de The Guardian en 1994. Más tarde se incorporó al diario Observer. Desde 2001 es periodista independiente. Estuvo afincado en Nazaret (Israel) durante 20 años. Regresó al Reino Unido en 2021. Es autor de tres libros sobre el conflicto entre Israel y Palestina: “Sangre y religión: El desenmascaramiento del Estado judío”, de 2006; “Israel y el choque de civilizaciones: Irak, Irán y el plan para remodelar Oriente Próximo”, de 2008; Desapareciendo Palestina: Experimentos israelíes de desesperación humana, de 2008. También ha contribuido con capítulos y ensayos a varios volúmenes editados sobre Israel-Palestina. En 2011, Jonathan recibió el Premio Especial de Periodismo Martha Gellhorn.