El ex secretario de Estado de Estados Unidos Henry Kissinger, tal vez el estratega geopolítico estadunidense más insigne –en parte gracias a su enorme vanidad– desde la guerra en Vietnam hasta estas fechas, murió ayer en su casa en Connecticut a la edad de 100 años, informó su asociación.
Le regalaron el Nobel de la Paz, fue asesor de Seguridad Nacional y después secretario de Estado (1969-1977) pero sobre todo Kissinger fue un gran promotor de guerras a lo largo de su carrera en el gobierno y como asesor privado.
Tuvo participación en el golpe de Estado contra el presidente chileno Salvador Allende, el bombardeo secreto de Camboya, su desdén por los derechos humanos y el apoyo a las guerras sucias y genocidas en el extranjero.
En un memorándum tras el sangriento golpe de Estado de Argentina en 1976, Kissinger afirmó que había que animar a los dictadores militares. Y en la guerra India-Pakistán de 1971, el entonces presidente Richard Nixon y Kissinger fueron duramente criticados por inclinarse a favor de Pakistán. Se oyó a Kissinger llamar “bastardos” a los indios, un comentario del que más tarde dijo que se arrepentía.
En un esfuerzo por disminuir la influencia soviética, Kissinger se acercó a su principal rival comunista, China, y realizó dos viajes a ese país, incluido uno secreto para reunirse con el primer ministro, Zhou Enlai. El resultado fue la histórica cumbre de Nixon en Pekín con el presidente Mao Zedong y la posterior formalización de las relaciones entre ambos países.
Cuando Gerald Ford perdió ante el demócrata Jimmy Carter en 1976, los días de Kissinger en las suites del poder gubernamental terminaron en gran medida. El siguiente republicano en la Casa Blanca, Ronald Reagan, se distanció de Kissinger, a quien consideraba fuera de tono con su electorado conservador.
Tras dejar el gobierno, Kissinger creó en Nueva York una empresa de consultoría de alto poder adquisitivo que ofrecía asesoramiento a la elite empresarial mundial. Formó parte de directorios de empresas y de diversos foros de política exterior y seguridad, escribió libros y se convirtió en comentarista habitual de asuntos internacionales en los medios.
Por Juan Pablo Csipka, diario Página/12, Argentina, artículo publicado el 26 de mayo de 2023
Henry Kissinger había cumplido cien años en mayo pasado. Llegó a esa edad ciego de un ojo, con dificultad para escuchar y con achaques físicos. Pero conservaba entonces lucidez y dio entrevistas con motivo de su cumpleaños. Kissinger llegó a su centenario considerado un nombre clave de la realpolitik del último medio siglo, pero también señalado por miles de muertes en el mundo, ya sea por la acción directa de sus políticas, como en el sudeste de Asia, o por el apoyo a dictaduras criminales, en América Latina.
En toda América latina se lo recordará por su respaldo a dictaduras como las de Videla en Argentina y Pinochet en Chile. En especial por su destacado papel en la Operación Cóndor para reprimir a opositores latinoamericanos y por su participación en el golpe de Estado contra Salvador Allende en Chile en 1973. En España, la atención está centrada en el soporte que le dio a los últimos años del régimen de Francisco Franco.
Se mantuvo activo hasta el final. El pasado julio visitó China, ya cumplidos los 100 años, para reunirse con el mandatario del país, Xi Jinping, y funcionarios de alto rango.
La historia del hombre que redefinió las relaciones internacionales comenzó en Fürth, Baviera, el 27 de mayo de 1923. Allí nació Heinz Alfred Kissinger, en el seno de una familia judía. El padre era maestro de escuela. El pequeño Heinz tenía apenas seis meses de vida cuando Baviera fue escenario del tubo de probeta de un proyecto mesiánico: el putsch de la cervecería, por el cual Adolf Hitler fue preso. El fracaso del golpe de Estado no amilanó al futuro líder nazi. Quince años más tarde, cuando se aprestaba a desencadenar la Segunda Guerra, la familia Kissinger salió de Alemania.
El joven Heinz, ya convertido en Henry, terminó el secundario en Estados Unidos y se sumó al Ejército. De ese modo, como soldado, regresó a Alemania, en su condición de bilingüe. Fue parte de la inteligencia militar en la batalla de las Ardenas.
De vuelta en Estados Unidos, se graduó con honores en Ciencias Políticas en Harvard, donde se incorporó como profesor. Su tesis doctoral, Paz, Legitimidad y Equilibrio, se centró en la organización europea a la caída de Napoleón. De algún modo, el joven académico pensaba, a mitad de los años 50, en extrapolar ese escenario a una Europa post-comunista.
Para fines de los 50, Kissinger ya contaba con un padrinazgo político. Nelson Rockefeller, miembro de una de las familias más ricas del país, financió los proyectos especiales del joven profesor en Harvard. Rockefeller tenía ambiciones políticas y sumó a Kissinger como asesor.
En 1959, Rockefeller se convirtió en gobernador de Nueva York. Desde esa posición buscó un año más tarde ser candidato presidencial republicano. Perdió la nominación ante el hombre que pondría a Kissinger en primerísimo plano una década más tarde: el entonces vicepresidente, Richard Nixon.
Cuatro años más tarde, Barry Goldwater, un senador de extrema derecha, postergó las ambiciones de Rockefeller. El gobernador pensó que la tercera sería la vencida en 1968, pero no fue así. Ese año marcó el renacimiento político de Nixon, que ganó las primarias y derrotó al demócrata Hubert Humphrey. En el reparto de cargos, se fijó en el colaborador de Rockefeller: nombró a Kissinger al frente del Consejo de Seguridad Nacional.
En la Casa Blanca
Nixon había llegado a la Casa Blanca con la promesa de repatriar a las tropas de Vietnam. La guerra era impopular, tanto como notable era el estancamiento ante un enemigo inferior. El presidente redujo la presencia militar, pero incrementó los bombardeos. Kissinger tuvo un rol clave. La consecuencia fue extender la militarización del sudeste asiático.
Los militares estadounidenses comenzaron a incursionar en la vecina Camboya para atacar desde allí al Vietcong. Como respuesta, Vietnam del Norte derivó esfuerzos en apoyo del enemigo del dictador Lon Noi en la guerra civil que sufría Camboya desde 1967: los Jemeres Rojos. La acción diseñada por Kissinger fue determinante para que Pol Pot, líder de los Jemeres Rojos, se hiciera del poder y desatara una carnicería, con cientos de miles de muertos.
Un escenario similar se dio en Laos, otro país vecino de Vietnam, también sumergido en un conflicto interno, y que, como Camboya, sufrió la incursión militar ordenada por Nixon. En pos de cortar suministros al Vietcong, los bombardeos no dejaron un solo edificio en pie.
Mientras, Kissinger sumaba puntos en una delicada misión: el inicio de las relaciones de Estados Unidos con la China de Mao. A mediados de 1971 viajó en secreto a Pekín, se reunió con el primer ministro Zhou Enlai y sentó las bases para la histórica visita de Nixon, en febrero del año siguiente.
A su vuelta de China, el consejero armó la estrategia de apoyo a Pakistán en su guerra con India, un conflicto que derivó de la guerra de independencia de Bangladesh, hasta entonces una provincia paquistaní. India se impuso después de tres semanas. Kissinger evaluó la posibilidad de que la Unión Soviética se expandiera allí a partir de un tratado de amistad con India. Usó el viaje a China para convencer a Zhou de la conveniencia de aliarse con Washington: los chinos eran aliados de Pakistán.
A comienzos de 1973 se produjo el hecho que terminó de poner al Doctor K, como se lo llamaba, en el centro de las luces. París fue el lugar elegido para las negociaciones de paz con Vietnam del Norte. El interlocutor era Le Duc Tho, quien planteó la imposibilidad de un acuerdo si primero no terminaban los bombardeos. Finalmente, el consejero firmó la retirada de las tropas estadounidenses y la desmilitarización de Vietnam del Sur. La guerra continuó dos años y medio más, hasta la victoria norvietnamita sobre el sur. Eso fue lo que impidió a Le Duc Tho aceptar el Premio Nobel de la Paz en octubre de 1973. El galardón rechazado lo compartió con Kissinger.
La controversia sobre el Nobel a Kissinger aún se mantiene. Ha habido campañas para que se le retire el premio, a la luz de sus antecedentes. El Comité Nobel jamás revocó la concesión de un premio y nunca se mostró proclive a dar el primer paso en el caso Kissinger. Las críticas se incrementan si se tienen en cuenta las fechas. El Nobel fue otorgado un mes después de uno de los hechos más dramáticos de América Latina en el último medio siglo, y que significó la expansión del anticomunismo kissingeriano al Cono Sur: el golpe militar en Chile.
Chile y la caída de Nixon
El ascenso de la Unidad Popular había sido un mazazo para Nixon en 1970. Estados Unidos empezó a desestabilizar al primer presidente marxista elegido en elecciones libres. El propio Nixon sostenía que los chilenos se habían equivocado con Salvador Allende y que la Casa Blanca debía enmendar el error.
Kissinger sostuvo la postura de Nixon con estas palabras: “No veo por qué tenemos que esperar y permitir que un país se vuelva comunista debido a la irresponsabilidad de su propio pueblo”. Quedó al frente del Comité 40, una mesa chica integrada por la CIA, el Departamento de Estado y el de Defensa. Allí se motorizó la acción contra Allende. El 11 de septiembre de 1973, la amenaza de la vía chilena al socialismo fue reemplazada por una dictadura brutal, la de Augusto Pinochet.
A las dos semanas de iniciado el régimen de Pinochet, Kissinger fue premiado con el cargo por el cual será recordado. Nixon prescindió de William Rogers y puso al emigrante alemán al frente del Departamento de Estado.
A Kissinger le tocó lidiar, durante sus primeros once meses al frente de la diplomacia estadounidense, con la cuestión de Oriente Medio. Apenas asumido, Egipto atacó a Israel, en lo que marcó el inicio de la guerra de Yom Kippur. El apoyo de Washington a Israel provocó el embargo petrolero de la OPEP, punto de arranque de la crisis del petróleo. Kissinger monitoreó las negociaciones de paz, que culminaron en mayo de 1974 y serían un precedente para los posteriores acuerdo de Camp David.
Fue, sobre todo, una victoria diplomática final para Nixon, jaqueado ya por el escándalo Watergate. De hecho, en algunos círculos de Washington, entre los intrigados por la verdadera identidad de “Garganta Profunda” (la principal fuente de The Washington Post) se barajaba el nombre de Kissinger. La sospecha recién terminó en 2005, cuando Mark Felt, número 2 del FBI durante el escándalo, admitió haber sido la fuente.
Caído Nixon en agosto del 74, asumió Gerald Ford, que confirmó a Kissinger como canciller. No solamente eso. Ford decidió que no quedara vacante la vicepresidencia y propuso el nombramiento del gran soporte de Kissinger en su ascenso: Nelson Rockefeller.
Anticomunismo ante todo
1975 fue el año en el que el Doctor K ramificó su influencia a otros lugares del mundo. En África, impidió que el Sahara Occidental tuviera su autodeterminación. El territorio era un protectorado español y estaba la promesa de que el pueblo saharaui tendría su gobierno. Sin embargo, Estados Unidos impulsó a Marruecos, en plena agonía de Francisco Franco. El rey Hassan II movilizó a miles de súbditos en la Marcha Verde y España cedió. El Sahara Occidental quedó ocupado desde entonces por Marruecos. Kissinger pensaba que el autogobierno saharaui podría convertir al territorio en un enclave soviético.
De hecho, esa tesis estaba apoyada por lo que pasaba en Angola. La antigua colonia portuguesa consiguió su independencia en 1975 y se desató una guerra civil en la que el Movimiento Popular de Liberación de Angola contó con el apoyo de la Cuba castrista.
Ese mismo año, el nombre de Kissinger volvió a estremecer el sudeste asiático. Otra antigua colonia portuguesa iba camino de independizarse. Ford y Kissinger vieron con preocupación que Timor Oriental podía llegar a tener un gobierno de izquierda. Entonces dieron luz verde a la invasión de Indonesia. El dictador Suharto, un aliado de la Casa Blanca, ocupó la isla y provocó una sangrienta represión. Indonesia era un bastión anticomunista y el espejo para diseñar lo que sería la Operación Cóndor en el Cono Sur, la red de coordinación entre dictaduras latinoamericanas para reprimir a la población civil.
Buenas migas con Videla y Pinochet
En 1976 Kissinger afrontó el que sería su último año en la cúspide, y América Latina se convirtió en el principal tema de su agenda. Estados Unidos vio con buenos ojos la llegada al poder en la Argentina de la dictadura más terrible del continente. Sin embargo, el Doctor K había tomado nota de lo sucedido en Chile y se permitió dar consejos a los militares argentinos.
Instó a la Junta Militar a actuar en la clandestinidad, evitando imágenes como las que el pinochetismo ofrecía en el Estadio Nacional. Eso sí: al canciller argentino, el vicealmirante César Guzzetti, le recomendó que la metodología de los centros clandestinos fuera rápida para evitar cualquier cuestionamiento. Así se habría plantado la semilla del acuerdo de la dictadura con Burson Masteller, la agencia de publicidad contratada por el régimen de Videla para contrarrestar la “campaña antiargentina”. El 21 de junio de 1978, junto con Videla, Kissinger presenció el 6 a 0 de la Argentina a Perú por la Copa del Mundo.
En esos meses del 76, el Secretario quedó en el ojo de la tormenta por el atentado que le costó la vida a Orlando Letelier, excanciller de Salvador Allende. Una bomba en su coche lo mató a él y a su secretaria estadounidense el 21 de septiembre de 1976, a pocas cuadras de la Casa Blanca. La cercanía de los republicanos con Pinochet generó críticas, en plena campaña electoral. Para peor, Kissinger había viajado a Chile en junio, donde se entrevistó con el dictador (dos días antes, en Santiago, había sido el encuentro con Guzzetti). Allí le dijo que contaba con el apoyo de Estados Unidos y le pidió mejoras en derechos humanos después de tres años de terror. Sin embargo, la sospecha de qué supo o no sobre el atentado lo persiguió desde entonces.
En el llano
El 20 de enero de 1977, Jimmy Carter asumió como presidente, y terminó la era Kissinger. Carter rompió con la lógica del Secretario y criticó a las dictaduras latinoamericanas. El académico, con 53 años, pasó a la actividad privada en el rubro más común entre quienes dejan la función pública y continúan esos menesteres por otros medios. Esto es, a través del lobby. Se integró a la Corporación RAND (Research and Development, en castellano, Investigación y Desarrollo), una organización que financia el gobierno de Estados Unidos y ofrece servicios de asesoría al Pentágono. En rigor, el vínculo venía desde los años 50 y se habría mantenido mientras fue funcionario de Nixon y Ford.
A esto se suma su presencia en el Grupo Bilderberg, en donde coincidió con el hermano menor de Rockefeller, David. Es un grupo cerrado, que reúne a políticos y empresarios. Es tan hermético que ha dado pie a teorías conspirativas. La presencia de Kissinger como miembro no ayuda a darle prestigio.
Aparte de esto, regresó a la vida académica en la Universidad de Columbia y trató de blanquearse en 1979 con Los años en la Casa Blanca, su libro de memorias. Ya nonagenario, se lo ha visto en el Foro de Davos e incluso se reunió en la Casa Blanca con Donald Trump.
Fue a partir de 1998 cuando la posibilidad de juzgar a Kissinger comenzó a tomar forma. Ese año Pinochet fue detenido en Londres y el rol de Estados Unidos en la dictadura chilena volvió a ser discutido. La apertura de documentos clasificados contribuyó a los cuestionamientos contra el antiguo secretario. El periodista y escritor inglés Christopher Hitchens le dedicó un volumen, Juicio a Kissinger, que compendia su historial.
Hitchens, fallecido en 2011, estimó que el arresto de Pinochet abría una nueva era en la cual Kissinger podía y debía dar cuentas ante la Justicia. En 2001, ante la salida de su libro, declaró a Página/12: “Desde el principio de la administración Nixon hasta el fin de la administración Ford las huellas que dejó Kissinger son visibles y van de Vietnam hasta Camboya, pasando por Chile, Bangladesh, Grecia y Timor Oriental. Lo que pasó con él es que continuó siendo un personaje ambiguo, protegido gracias a su gran poder”.
Por David Brooks y Jim Cason, corresponsales del diario La Jornada de México, 27 de mayo de 2023
Nueva York y Washington., “No veo por qué necesitamos quedarnos a esperar y observar a un país volverse comunista por la irresponsabilidad de su propio pueblo”, es una de las frases famosas que resumen en gran medida la mentalidad de Henry Kissinger, tal vez el estratega geopolítico estadounidense más insigne –en parte gracias a su enorme vanidad– desde la guerra en Vietnam hasta estas fechas, cuando festeja, hoy, sus cien años de vida.
Dicha frase la enunció ante el llamado Comité 40, una agrupación de operaciones secretas que encabezaba en la Casa Blanca en 1970. Tres años después, un golpe de Estado apoyado explícitamente por Washington derrocó al gobierno democráticamente electo de Salvador Allende, evento que cumple su 50 aniversario en septiembre.
El Nobel de la Paz y ex asesor de Seguridad Nacional y después secretario de Estado (1969-1977) Henry Kissinger ha sido un gran promotor de guerras a lo largo de su carrera en el gobierno y como asesor privado. Aun antes de ingresar al gabinete de Richard Nixon como su asesor de seguridad nacional, cuando era profesor en Harvard asistió secretamente en los esfuerzos de su futuro jefe para sabotear las negociaciones de paz entre Estados Unidos y Vietnam impulsadas por Lyndon Johnson, y con ello prolongó esa masiva intervención cinco años más, con decenas de miles de víctimas pagando el costo de su gran cálculo geoestratégico.
El historiador Greg Grandin ha escrito que Kissinger también fue un promotor de las dos guerras del Golfo, todo bajo su mantra de que no se toleran desafíos abiertos y menos ataques contra el poder dominante todo justificado como parte de la “guerra contra el terror”, lo cual continuó con Barack Obama.
Su cumpleaños ha generado la esperada ola de elogios y expresiones de admiración, es motivo de foros y actos de gala en su honor, y resaltan los logros que le dieron su celebridad –la supuesta negociación de paz, la “apertura” a China, el “detente” con la Unión Soviética, y su supuesta gran “diplomacia” en Medio Oriente.
En estos meses recientes, Kissinger sorprendió a muchos cuando criticó la línea estadounidense en apoyo a Ucrania, señalando los temores legítimos de Rusia ante una ampliación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), y propuso una negociación para retornar a las posiciones de antes de la guerra, pues de continuar sería una conflagración frente al Kremlin. Sin embargo, cambió su posición y expresó su apoyo para incorporar a Ucrania a la OTAN.
Nadie puede acusar a Kissinger de ser “suave” ante Rusia y otros poderes contrincantes. Aunque muchos insisten en que es el máximo ejemplo de lo que es la realpolitik, la realidad es casi la opuesta, sugieren varios de sus biógrafos y críticos, quienes apuntan al lado muy oscuro y sangriento de esta figura. Sus críticos señalan que ha sido autor de crímenes de lesa humanidad al perseguir una visión “idealista” de la supremacía del poder estadounidense, algo con tremendas consecuencias dentro y fuera de su país de adopción.
Su trabajo en el gobierno estadounidense se divulga en gran dimensión en documentos oficiales desclasificados. El National Security Archive ofrece un catálogo de expedientes –antes secretos– para documentar sus actividades, incluyendo el derrocamiento de la democracia en Chile, el bombardeo secreto de Camboya, “su desdén por los derechos humanos y el apoyo a las guerras sucias, hasta genocidas, en el extranjero, como también su implicación en los abusos criminales de la administración Nixon, entre éstos las intervenciones secretas de las comunicaciones entre su propio personal”.
En torno a Chile, los documentos, de acuerdo con la presentación de propio National Security Archive, dejan claro que Kissinger fue el principal arquitecto de los esfuerzos de Washington para desestabilizar al gobierno de Allende desde que llegó al poder, incluyendo operaciones encubiertas para fomentar golpes militares.
En un documento se plasma cómo Kissinger convence a Nixon de proceder con intervenciones clandestinas diseñadas, según el, “para intensificar los problemas de Allende para que, mínimo, pueda fracasar o ser forzado a limitar sus objetivos, y máximo crear condiciones donde un colapso o derrocamiento podría ser factible”, todo esto tres días después de la toma de posesión del mandatario chileno. En 1976, Kissinger elogia al dictador militar Augusto Pinochet, y le comenta a éste: “usted le hizo un gran servicio a Occidente en derrocar a Allende” y agrega: “los queremos ayudar”.
Como señala Peter Kornbluh, jefe del proyecto sobre Chile del National Security Archive, y uno de los que armaron el expediente sobre Kissinger, en un artículo en The Nation sobre una de las carpetas desclasificadas: Kissinger logró convencer a Nixon de adoptar una política encubierta agresiva contra el mandato de Allende. El peligro, argumentó Kissinger al presidente, es que el gobierno de Allende “es el primero de tipo marxista en llegar al poder por elecciones libres”. Por lo tanto, argumentó, “el ejemplo de un gobierno marxista electo exitoso en Chile seguramente tendría un impacto y un valor de precedente para otras partes del mundo, especialmente en Italia. La difusión imitadora de este fenómeno en otros lugares afectaría de manera significativa el balance mundial y nuestra propia posición dentro de ello”.
Los documentos también ofrecen detalles sobre el apoyo personal de Kissinger a la dictadura en Argentina, y también a la Operación Cóndor y sus maniobras de asesinato contra disidentes de las dictaduras militares latinoamericanas.
Otros documentos ofrecen vistazos del manejo de la política exterior de Kissinger en torno a Timor del Este, Cuba, sobre todo en torno a la participación de la isla en las luchas de liberación en el sur de África. Estos expedientes incluyen las instrucciones para diseñar planes de contingencia contra Cuba, desde mayores sanciones hasta opciones bélicas.
Se sabe menos de sus actividades durante casi medio siglo como asesor internacional privado frente a su empresa, Kissinger Associates, pero sus declaraciones en eventos públicos por todo el mundo dejan claro que no ha cambiado mucho y, de hecho, está orgulloso de sus contribuciones.