En 1959 el habitual desfile bufo de “los pelones” -estudiantes universitarios de primer ingreso- fue suspendido en solidaridad por los caídos en El Chaparral. En su lugar hubo un silencioso desfile de duelo con muchachos vistiendo camisas blancas y corbatas negras y las muchachas con trajes de luto. Esa provocación fue suficiente para desatar la represión por parte de la Dictadura Somocista.
Según Avendaña, antes de partir hubo una asamblea donde “Fernando Gordillo, estudiante del segundo año de Ciencias Jurídicas y Sociales, brillante orador, valiente en sus pronunciamientos de opositor al régimen, pronunció un discurso sentido aquella mañana; luego se sometió a votación el programa elaborado por miembros del Centro Universitario, en homenaje póstumo a los estudiantes universitarios caídos en El Chaparral. Como primer paso se solicitó a todos los estudiantes allí congregados que portaran desde ese mismo momento escarapelas negras y cintas negras en señal del dolor que embargaba a todo el conglomerado universitario”.
En la asamblea, los jóvenes redactaron mensajes que enviaron por cable a la OEA, a la ONU y a Ramón Villeda Morales, entonces Presidente de Honduras.
La manifestación estudiantil salió a la calle. No tenía rumbo fijo. “Eran cosas que no nos preocupaban -recuerda Fernando Gordillo en una crónica que distribuyó como folleto mimeografiado-. Alguien, es difícil personificar en la multitud de sucesos los detalles, propuso que nos dirigiéramos al barrio de Subtiava, lo que fue aceptado de inmediato. En ese momento, Subtiava con su tradición de rebeldía, nos pareció el mejor sitio para expresar la nuestra”.
Foto inédita un mes antes de la masacre del 23 de Julio 1959. Extremo izquierdo Francisco Buitrago, presidente del CUUN, de pie el mártir José Rubí.
Cómo inició la masacre
Con el cometido de sumar a los estudiantes de Derecho, la marcha fue de Subtiava hacia la Facultad de Derecho, una ruta que pasaba cerca del cuartel de la Guardia Nacional. Los manifestantes recorrieron un trecho y fueron encarados por un contingente de la Guardia Nacional dirigido por el Mayor Ortiz, que días antes -durante una manifestación previa el 2 de julio- les había advertido a los estudiantes: “muchachos, no me comprometan porque tengo órdenes de ‘bañarlos'”.
Gordillo recuerda que “era un grupo como de 15, algunos respiraban agitados todavía por la carrera… Como siempre, los guardias se mostraban agresivos y malencarados, quizás porque como dice Gorki, en el fondo no les gustaba lo que estaban haciendo; llevaban cascos de acero y tenían la bayoneta calada, los acompañaban algunos policías de tráfico con pistola en mano, que al contrario de los guardias, trataban de actuar con cinismo burlándose de nosotros”.
Avendaño asegura que “mientras la Guardia reforzaba su armería con armas de trípode y bombas lacrimógenas, los estudiantes adoptaron una actitud de brazos caídos al sentarse sobre el pavimento cantando el himno nacional y clamando ¡Libertad!, actitud en la que se mantuvieron una hora”.
“¡Disolveremos la manifestación!”
Después de un tiempo, estudiantes y guardias acordaron un retiro simultáneo: “Un paso que diéramos nosotros para atrás lo darían igualmente los guardias, y después no habría presos ni represalias”, recuerda Gordillo.
La manifestación había recorrido unas cuadras sobre la Calle Real cuando el líder del CUUN Joaquín Solís Piura comunicó que varios estudiantes habían sido detenidos junto al restaurante El Sesteo y pidió que el grupo se mantuviera en ese punto mientras intentaban dialogar con el comandante departamental. Éste se rehusó a entregar a los detenidos mientras no se disolviera la manifestación y les dijo a los líderes: “Si ustedes que son los dirigentes universitarios no logran disolver la manifestación, la Guardia la disolverá con bombas lacrimógenas y después con balas”.
La marcha continuó hasta el Instituto Nacional de Occidente, donde se detuvo para pedir el apoyo de los estudiantes. Las malas nuevas seguían llegando: más universitarios detenidos. Junto a la iglesia San Francisco había una multitud hirviendo de indignación. Caminaron hacia la universidad hasta que un pelotón les bloqueó el paso en el parque La Merced.
Allí Gordillo vio que “un guardia borracho se había metido en medio de la multitud… No intentaba ningún gesto y cuando alguno de los que opinaban por golpearlo lo increpaba, alzaba los ojos, casi diría humildemente y se encogía. Viendo que en realidad podía suceder que algunos lo maltrataran, se decidió sacarlo de en medio”.
“Tabletean las ametralladoras”
Sergio Ramírez rememora esos momentos: “Mi recuerdo de Fernando en toda esa tarde es fijo: faltando ya poco para la masacre, lo veo capturar en el parque La Merced a un soldado raso que anda de pase, lo veo que trata de llevárselo prisionero hacia la universidad apoyado por otros estudiantes, quiere exigir la libertad de compañeros nuestros detenidos en el comando departamental, llega corriendo una escuadra de guardias armados con fusiles Garand, disparan al aire, le quitan al rehén, le ordenan que pase, lo veo con las manos puestas sobre la cabeza mientras se lo llevan, lo siguen en gesto solidario otros estudiantes que van en fila india, también con las manos sobre la cabeza, lo sigo yo, lo pierdo cuando estamos ya en la calle de la masacre, dicen que han soltado a Fernando, que han soltado a los detenidos en el comando…”.
“Delante de mí están las banderas, cerrando la esquina frente al Club Social el pelotón de soldados, hay gritos de protesta, consignas, alguien da la orden de volver a la universidad, los soldados se colocan en tres filas, acostados, de rodillas, de pie, descorren los cerrojos de los fusiles, vuela el tarro rojo de una bomba lacrimógena… tabletean las ametralladoras”.
“Fue un asesinato en masa”
Gordillo fue detenido y liberado de inmediato con un mensaje del comandante de que “les dijera a los muchachos que se retiraran y dispersaran, que él iba a poner en libertad a los presos y que no tuviéramos temor porque no nos iban a hacer nada”. Diez minutos después los estudiantes fueron rafagueados.
Cuando Joaquín Solís Piura y Fernando Gordillo estaban comunicando el mensaje del comandante, los estudiantes fueron ametrallados por la espalda. Cuatro estudiantes murieron. También una mujer y una niña. Y hubo más de 80 heridos. Avendaña calificó los hechos como “asesinato en masa”.
Fernando Gordillo escribió un poema titulado “¿Por qué?”. Cito un fragmento:
“¿Por qué los hermanos arden en odio e impotencia?
¿Por qué nosotros?
Y espero la respuesta de cualquiera…
¿Por qué por la espalda?
¿Por qué cuando huían?
¿Por qué si eran jóvenes y alegres?
¿Por qué aquella tarde?
¿Por qué?
Si alguien puede contestarme, contésteme.
Si no, que cada uno haga lo que tiene que hacer”.
Al inicio, la Guardia Nacional impidió que las ambulancias llegaran hasta el lugar de los hechos para asistir a los estudiantes heridos. Después, Luis Somoza ofreció toda la sangre que fuese necesaria y apoyo financiero para atender a los heridos. Su oferta fue rechazada y enseguida dio inicio una cacería de estudiantes con los que atiborró las prisiones. Grupos de guardias nacionales y miembros de la Oficina de Seguridad de León rondaron toda la noche las casas de los estudiantes.
Desde entonces, el trágico evento se conoce históricamente como la Masacre Estudiantil de León.
En 1980, la Junta de Gobierno que surgió del triunfo de la Revolución Popular Sandinista, decretó el 23 de julio como el Día Nacional del Estudiante.
Hace 60 años fueron asesinados:
Sergio Octavio Saldaña González, de 20 años, originario de León
José Rubí Somarriba, de 21 años, de El Viejo
Erick Ramírez Medrano, de 17 años, de Chichigalpa
Mauricio Martínez Santamaría, de 19 años, de Chinandega
De los cuatro, Sergio fue enterrado en el Cementerio de Guadalupe en León. Los otros tres fueron enterrados en sus ciudades natales.