Al conmemorar el triste aniversario del devastador terremoto que sacudió Managua hace 51 años, recordamos y honramos a las innumerables vidas que se perdieron.
El 23 de diciembre de 1972 marcó un capítulo sombrío en la historia de nuestra ciudad. Un terremoto de magnitud 6.2 dejó un rastro de destrucción, llevándose consigo sueños, hogares y seres queridos. Las cicatrices físicas y emocionales persisten, pero también lo hace la resiliencia de una comunidad que se levantó con valentía.
En este aniversario, recordemos no solo el dolor, sino también el espíritu de unidad que surgió de las ruinas. Que sirva como un recordatorio de la importancia de la preparación ante desastres y de la solidaridad que nos fortalece como sociedad.
Managua era una pequeña ciudad, bonita que, si bien no era una metrópolis, tampoco tenía nada que envidiarles a otras capitales de Centroamérica. No era necesario usar vehículo en aquel entonces porque todo quedaba bastante cerca y muy accesible. Bancos, iglesias, oficinas de gobierno, restaurantes, cines. Todo eso y más estaba a pocas cuadras que se recorrían a pie.
El poderoso sismo duró unos 30 segundos, los cuales bastaron para que la ciudad completa quedara destruida.
En la capital había mucha actividad nocturna. Estaba el Night Club Versalles que normalmente preparaba grandes shows, además del Gran Hotel que iba a ofrecer un baile de despedida de año para el 31 de diciembre de 1972.
Otro sitio famoso que aglomeraba a varios comensales era La Espuela, un salón cervecero donde convergían profesionales para platicar entre vasos y botellas de cebada u otros cereales fermentados en agua, malta y lúpulo. También había otras opciones de esparcimiento en El Colonial y El Club Social de Managua.
Fue un temblor ocurrido a eso de las 10 de la noche del 22 de diciembre que dio el primer aviso a los managuas de lo que se venía. Ese primer movimiento alarmó a más de alguno, pero el que de verdad puso en vilo a los capitalinos fue el de las 12:35 de la madrugada del 23 de diciembre.
“Imposible será a las generaciones futuras imaginar lo que vivimos los habitantes de Managua el 23 de diciembre de 1972. En la guerra la destrucción llega cuando todos han huido o se han refugiado. Es una desgracia prevista. En un huracán, los primeros vientos soplan advirtiendo, con relativa suavidad. En los grandes incendios se pueden huir. En un terremoto como el del 23 de diciembre de 1972 en Managua, todos sus 400,000 habitantes fueron lanzados repentinamente a un foso de angustia local. Al miedo del momento se sumaba el miedo del futuro. En segundos, todo se había convertido en nada”, relató el periodista Horacio Ruiz en una de sus crónicas.
Managua, a pesar de que era muy linda, no tenía construcciones fuertes y esa fue una de las principales razones por las cuales se vinieron abajo muchos hogares. La mayoría de las casas estaban construidas de taquezal, que era una especie de plancheta hecha de barro, lodo y zacate.
La caída de los viejos edificios hizo que se levantara una enorme nube de polvo sobre la ciudad. Se cortó la luz eléctrica y se registraron pequeños incendios en varias zonas que tardaron varios días en ser sofocados. Esa noche, la luna y las estrellas quedaron opacadas por el humo y el polvo.
Los muertos se fueron contando de uno en uno. Después de dos en dos. Luego tres, cinco, diez, hasta que se volvieron incontables. Las estructuras de los hospitales también colapsaron. Solamente el viejo hospital El Retiro quedó en pie, aunque con graves daños en la edificación. Los heridos llegaban por montones y rápidamente saturaron los pasillos y salas del centro hospitalarios. Muchos heridos tuvieron que ser ubicados en los patios del hospital.
El exsocorrista Clemente Balmaceda, recordó que cuando llegó a la sede de la Cruz Blanca después del terremoto, se encontró con que las instalaciones de dos pisos habían colapsado y las cinco ambulancias habían quedado bajo los escombros y varios voluntarios de turno habían muerto.
No había suficientes voluntarios para auxiliar a las miles de personas que quedaron bajo los edificios esa madrugada, de manera que los pocos que estaban tuvieron que improvisar. Los bomberos tampoco podían apagar el incendio que avanzaba sobre los escombros y las pocas casas que quedaron en pie.
Al amanecer del 23 diciembre de 1972, los managuas se dieron cuenta de la magnitud del evento. No se podía circular por las calles porque estaban destruidas y con escombros sobre las vías, los alimentos escaseaban, no había combustible, medicamentos, ni agua. Tampoco faltaba quien aprovechaba la desgracia para robar en comercios o en hogares que quedaron abandonados.
En la calle 27 de mayo, una de las más emblemáticas de Managua, había filas y filas de casas derrumbadas que llegaban hasta el viejo edificio donde estuvo el Seguro Social de cuatro pisos y que quedó extendido sobre la calle.
Los sobrevivientes tuvieron que velar a sus muertos de manera improvisada en las pocas casas que quedaron en pie y algunos tuvieron que velar a sus familiares en la calle. En medio de todo, la gente se dio cuenta de otra escasez: no había suficientes ataúdes.
Los cadáveres de los fallecidos eran tantos que se tuvieron que quemar en la vía pública o en fosas comunes debido al hedor que expedían por el avanzado estado de descomposición. En el sector de la carretera norte, hacia el cine González y varias manzanas más, el olor a carne muerta era insoportable, mientras las aves de rapiña sobrevolaban el lugar.
En Managua tampoco funcionaba la radio, mucho menos la televisión. Los managuas estaban incomunicados con el mundo, hasta que de repente, se escuchó un ruido familiar en el cielo. Era una avioneta blanca que hacía el primer vuelo de reconocimiento.
Anastasio Somoza Debayle era el jefe de la Guardia Nacional y aprovechó el caos generado por el terremoto y declaró una Ley Marcial, la cual le sirvió para hacerse con el verdadero poder en el país. Para limpiar la ciudad, Somoza ordenó que los escombros fueran arrojados al malecón, donde hoy se encuentra el puerto Salvador Allende.
Reconstruir Managua ha tomado tiempo, pero desde que asumió el Gobierno Sandinista se ha convertido en una de las mejores capitales de la región por lasa millonarias inversiones que se han hecho.
Entre los edificios más altos que había en aquel entonces estaban el del Banco de América, donde hoy se ubica la Asamblea Nacional, y el del Banco Central que tenía 12 pisos y con el sismo le quedaron solamente tres. De los pocos que soportaron el terremoto se cuentan también el Teatro Nacional, el Palacio Nacional, el cine Margot, el cine González y el hotel Intercontinental (ahora Crowne Plaza).
También sobrevivió la antigua Catedral de Managua, que sigue en pie, agrietada y clausurada porque en cualquier momento puede venirse abajo. Ha sido testigo de los momentos más históricos de los últimos tiempos, como el del triunfo de la Revolución Sandinista en 1979.
Desde hace 51 años, el reloj de la antigua Catedral sigue marcando la hora en que todo se detuvo para los managuas: las 12:35 del 23 de diciembre de 1972.