Los salvadoreños recuerdan este martes el asesinato hace 40 años de san Oscar Arnulfo Romero, crimen que precipitó una guerra civil y marcó el nacimiento de un símbolo nacional.
Tras su canonización, en octubre de 2018, quien fuera conocido como la Voz de los que no tienen Voz espera ahora por la justicia terrenal, pues aún sigue impune su crimen, perpetrado por sicarios de la oligarquía.
Este año fueron presentadas nuevas evidencias en el proceso penal contra los responsables intelectuales, materiales y cómplices del magnicidio, en busca de verdad y arrepentimiento.
La anulación de la Ley de Amnistía esfumó todas las excusas para negarse a hurgar en el crimen, en el cual estuvo presuntamente vinculado Roberto d’Aubuisson, fundador del derechista partido Arena.
Con una prédica legitimada por el ejemplo, Monseñor Romero legó frases lapidarias que acabaron costándole la vida, pero ganándole la inmortalidad en el corazón de los salvadoreños.
Entre ellas destacan ‘la verdad siempre es perseguida’, ‘el hombre no vale por lo que tiene, sino por lo que es’ o ‘mi voz desaparecerá, pero mi palabra que es Cristo quedará en los corazones que lo hayan querido acoger’.
Romero consideraba inconcebible que alguien se dijera ‘cristiano’ sin tomar como Cristo una opción preferencial por los pobres, y proponía una educación que hiciera a los hombres sujetos de su propio desarrollo.
‘Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la ley de Dios. Una ley inmoral nadie tiene que cumplirla’, aseguró el día en que suplicó, rogó y ordenó a los militares, en nombre de Dios, cesar la represión.
‘Debo decirle que, como cristiano, no creo en la muerte sin resurrección: si me matan, resucitaré con el pueblo salvadoreño’, aseguró poco antes de morir. Y de nuevo, Monseñor Romero tuvo razón.