La Cumbre de las Américas, según reza el sitio oficial del evento, promueve la cooperación hacia un crecimiento económico y una prosperidad inclusiva en toda la región, basadas en el respeto común por la democracia, las libertades fundamentales, la dignidad del trabajo y la libre empresa. Particularmente, esta edición pone el foco sobre los efectos del Covid-19 en la amplificación de brechas sociales que pesan sobre los más vulnerables e infrarrepresentados.
Toda esta palabrería, además de indignar por la profunda hipocresía que engloban, también plantea muchas interrogantes sobre la existencia misma de la Cumbre y el rol de su organizador.
¿Cómo es que se promueve el crecimiento económico y la prosperidad inclusiva al mismo tiempo que se imponen sanciones y bloqueos económicos a gobiernos que no se someten?
¿Es la libre empresa un valor relevante para nuestras sociedades?, y aún más, ¿es un valor real al tiempo que se coacciona empresas para no tener relaciones comerciales con individuos o países?
¿Qué tan dignificadas se encuentran las relaciones laborales de los inmigrantes a lo interno de los Estados Unidos?
¿Cuáles son las libertades fundamentales?, ¿comprar armas en supermercados para luego hacer masacres en colegios?; ¿o libertades de quién?, ¿de las grandes corporaciones, de los bancos?
¿Es democracia que los afroamericanos sean sistemáticamente encarcelados y despojados de sus derechos políticos?
Todas estas preguntas señalan la disociación de un país que, aún agobiado por serios y profundos problemas estructurales, se cree con suficiente autoridad moral como para fungir de policía regional. El imperialismo, como siempre.